Era un incomprendido entre los suyos. Sólo ella había sabido entender su pasión. Todo había empezado cuando se quedó pegado a un coche de carreras. Recordaba perfectamente el suave ronroneo del motor y, sobre todo, el vértigo de la velocidad al acelerar y frenar. Inmediatamente se había vuelto adicto.
Desde entonces había estado construyendo su propio vehículo con piezas del desguace. Ahora que lo había acabado los dos podrían atravesar el mundo y sólo tendrían que detenerse cuando se acabara la cuerda.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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