7.12.11

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Despertó en un lugar alto, rodeado de otros como él, tan hacinados que no podían moverse. Preguntó si alguien sabía dónde estaban, pero no comprendió las respuestas. Hablaban raro. Trató de presentarse para hacerse entender, pero se dio cuenta que sabía quién era. Si pudiese girarse un poco vería su identificación... pero era imposible estando tan apretado.

Intentó comunicarse con la gente que pasaba por delante de él, pero siempre miraban a los otros. Era frustrante. ¿Nadie se iba a parar un instante? ¿Nadie lo iba a coger? ¿Nadie se daba cuenta que aquel no era su lugar? Pasaron los días y las cosas siguieron igual, él esperando, el mundo pasando ante sus ojos y nadie a quien preguntar.

Entonces apareció ella por el pasillo con su andar pausado, barriendo con la mirada todos los estantes. Su esperanza de salvación encarnada en aquella chica que lo observaba todo. Vio sus ojos posarse en él un instante... y pasar de largo. La desesperación se apoderó de él. Si ella no lo ayudaba nadie lo haría, así que hizo lo único que podía: pensó con todas sus fuerzas "fíjate en mí". Ella retrocedió.

- ¿Qué haces tú aquí? - se preguntó la bibliotecaria -. Este no es tu sitio.

Le cogió entre sus manos cálidas y suaves, lo acarició, le quitó un poco de polvo y lo abrió un momento, para asegurarse de que todo estaba bien.

- Quién habrá sido el desalmado que ha dejado un diccionario de castellano recién impreso entre los libros de poesía en japonés - pensó en voz alta -. Tranquilo, ya pasó, te pondré con los tuyos - dijo suavemente, tratando de tranquilizarlo.

Cuando fue colocado en su sección supo que todo estaría bien. Por fin conocía su nombre, dónde estaba y, sobre todo, que podía ser encontrado y leído. Sonaba bien lo de ser un Diccionario de castellano. Sólo faltaba que lo leyeran para saber qué significaba eso.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

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