Las servilletas de papel nacían para limpiar el
mundo y después ser enviadas a reciclar, siguiendo el ciclo que habían
seguido todos sus ancestros. Una vida plena y simple. Ella se había
estado preparando mentalmente para ello durante meses. Primero, en la
oscuridad del templo de oración, mientras esperaba envasada en la
oscuridad de una caja. Más tarde en el servilletero, desde donde conocía
su entorno y el tipo de manchas que tendría que limpiar. Tras unos días
allí había llegado a saber todo lo que necesitaba sobre salsas,
refrescos y papilla. Pero nadie la había avisado de que aquello le podía
ocurrir.
Miraba a su alrededor cada día. La habían metido en
una urna. ¡Allí nadie podría utilizarla! Ella nunca podría contribuir a
limpiar el mundo. Quedaría inmaculada para toda la eternidad. ¿Y todo
por qué? Por que a alguien se le había ocurrido dibujarle algo y a otro
alguien le había resultado tan "interesante" que la habían puesto en un
museo. ¡La gente la miraba durante horas sin llegar a tocarla! Además,
¡la urna estaba sucia! ¿A nadie le importaban las tres motas de polvo
que había en el cristal? Si pudiese moverse un poco...
Entonces alguien pasó un trapo por el cristal y
se llevó el polvo. Después limpió toda la sala, incluso los rincones
más oscuros y la dejó radiante. La servilleta sonrió. Si en el mundo
había más gente como aquella persona aún quedaba esperanza.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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