A pesar de ser hijo de quien era le costó años de práctica aprender a controlar el tiempo. Cuando tenía prisa todo iba más lento: los trenes se retrasaban, aparecían obras en las carreteras que le obligaban a ir más lento o se ponía a llover sin parar que producían atascos y retenciones. En cambio, cuando quería recrearse en un instante y hacerlo durar, todo se aceleraba y se acababa casi inmediatamente.
Obviamente aquello no pasaba porque él así lo quisiera, pero tampoco encontraba la forma de evitarlo. Sus padres nunca llegaron a explicárselo, pues era algo que debía aprender por sí mismo. Sin embargo, un día, la solución obvia se le ocurrió. Dejaría de intentar llegar a la hora a los sitios. En su lugar, iría relajadamente antes y así ese rato pasaría más rápido, mientras que los momentos buenos los exprimiría como si fueran a acabar inmediatamente para que, de esa forma, el tiempo los alargara.
Era distinto a los anteriores pero era, al fin y al cabo, un señor del tiempo.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
4 comentarios:
Estaba impaciente cuando he entrado en facebook por ver-leer vuestro cuento diario.
Quién no os vea-lea se está perdiendo algo importante,
Gracias. Será cuestión de hacer más publicidad :)
Por cierto, los cuentos los solemos publicar hacia la media noche...
La medianoche, la hora mágica...
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