Se quedó mirando algo que sólo él podía ver, apuntó y con su tridente lo pinchó. Por supuesto, explotó en miles de colores, sonidos y letras, que rebotaron por la habitación durante unos instantes hasta que, poco a poco, se desvanecieron. Esperó un momento. Alguien maldijo. Él sonrió y buscó otra de esas cosas invisibles para interceptarla.
Desde que se había inventado la wifi, su trabajo como corruptor de almas se había vuelto mucho más sencillo.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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