El señor Ocre llevaba viviendo en aquella casa de
la calle Mostaza desde que había llegado a la ciudad. De eso hacía más
de 90 años. Le daba pena irse, pero, por otro lado, sabía hacía tiempo
que era inevitable. Subir todos los días hasta el octavo piso por las
escaleras era demasiado para sus rodillas.
Recorrió con la mirada el loft de sesenta
metros cuadrados: las paredes amarillentas, los muebles envejecidos, las
cajas llenas de libros de segunda y tercera mano, de ropa añeja y
desteñida y de esos pequeños objetos de recuerdo que los turistas
compran cuando visitan algún lugar para demostrar que han estado allí y
que cuando vuelven a casa se encuentran con que los venden en la tienda
de la esquina y, por último, la cristalera que ocupaba toda una pared y
mostraba una panorámica la ciudad. Se asomó por última vez a aquella
enorme ventana, miró el perfil de los edificios recortados contra el
cielo y se fijó en una colina, casi a las afueras, que tenía en la cima
una casita blanca de techo de teja. Parecía un bonito lugar para vivir.
Se giró hacia la lámpara, colgada en medio de la
habitación, un cubo de luz contenido en una esfera de cristal dentro de
otro cubo de metal de un metro de lado y habló:
- Nos mudamos. Próxima parada, colina del Membrillo número 4.
No dijo nada más. La lámpara parpadeó
levemente. El señor Ocre miró la habitación. Los muebles y las cajas
seguían en el mismo sitio. Sin embargo, la habitación era un poco más
pequeña y las paredes más blancas. Se giró y ya no había cristalera,
sino un par de ventanas y una puerta. Al salir vio que estaba en una
colina desde la que veía toda la ciudad, incluído el edificio
amarillento y ruinoso de la calle Mostaza que iban a demoler en unas
horas.
Volvió a la habitación y empezó a desembalar. Qué duro era hacer una mudanza.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
2 comentarios:
El señor Ocre tiene mucha suerte de poder cambiar de aires e ir a vivir a una casita blanca con tejado de teja roja encima de una colina y dejar ese loft, que aunque cuenta con buena panorámica, no divisa el horizonte.
Los misterios del señor Ocre...
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