Siempre llegaban con la niebla del amanecer. Hacían crecer la carpa a las afueras del pueblo mientras todo el mundo aún dormía. Por la mañana recorrían las calles cantando, bailando y haciendo malabarismos. Gritaban que ya habían llegado, que estaban allí y que esa tarde y esa noche actuarían para ellos, para quitarles las penas, para hacerlos felices.
El pueblo entero iba a verlos y un hombre con bigote y sombrero los esperaba en la puerta de la carpa y los invitaba a pasar, a disfrutar y a dejar allí sus problemas. Uno tras otro entraban, estaban un rato y salían por otra puerta.
A la mañana siguiente todo desaparecería y nadie recordaría lo que había ocurrido. Sin embargo, todos sabrían que se habían quitado un gran peso de encima y volverían a sentirse felices y contentos durante un tiempo.
Hasta que el circo volviera con la niebla.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
No hay comentarios:
Publicar un comentario