Si vienes buscando los cuentos del señor Ocre, podrás encontrarlos todos en:
30.12.11
Interrogatorio
- ¡Responde! – gritó el interrogador – ¡Dónde está! ¡Dónde lo has escondido!
- No lo sé – suplicó, tratando de soltarse de la mesa – Yo sólo soy el mensajero. A mi me dan las letras y yo las envío. ¡Nada más!
- Pero sabrás algo de su contenido…
- ¡No! ¡Para mí sólo son letras sueltas! ¡Nunca las uno! ¡No sé lo que dicen!
- ¡Mientes! – rugió amenazador – Dime de qué va el cuento que estaba escribiendo o de lo contrario…
- Suéltalo – susurró una tercera voz desde la puerta -. Si quieres saberlo, tendrás que esperar hasta mañana.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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- No lo sé – suplicó, tratando de soltarse de la mesa – Yo sólo soy el mensajero. A mi me dan las letras y yo las envío. ¡Nada más!
- Pero sabrás algo de su contenido…
- ¡No! ¡Para mí sólo son letras sueltas! ¡Nunca las uno! ¡No sé lo que dicen!
- ¡Mientes! – rugió amenazador – Dime de qué va el cuento que estaba escribiendo o de lo contrario…
- Suéltalo – susurró una tercera voz desde la puerta -. Si quieres saberlo, tendrás que esperar hasta mañana.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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29.12.11
No hay cuento
- Miren ustedes. Resulta que ayer estuve enfermo. De varicela. Además me
constipé y entre los mocos y los picores no me daba para escribir un
cuento. Por si fuera poco, cuando se me ocurrió algo y lo pude escribir,
se lo comió mi gato. ¿Han visto ustedes esos animalitos tan monos de
los videojuegos? Pues este llevaba virus y se ha tragado todo mi
ordenador y el móvil sin batería ni cobertura. Total, que entre pitos y
flautas no les he podido traer una historia.
- ¿Entonces? - preguntó una niña del público con voz de pena - ¿Hoy no hay cuento?
- Por supuesto que sí - la tranquilizó el señor Ocre -. Pero no se despisten. Igual les cuelo un cuento chino y no se enteran.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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28.12.11
Valkirias
Cada una empezó por su cuenta en el mundo de la danza, con idéntico
resultado: nadie quería saber nada de bailarinas de más de 1000 kilos.
Todo cambió el día que las tres se juntaron en un casting y se dieron
cuenta de que no estaban solas. Fue el momento en que decidieron que, si
nadie les daba trabajo, ellas se lo darían a sí mismas.
Pronto fue evidente que no podrían hacer un
espectáculo normal y corriente. Nadie iría a ver cómo hacían de cisnes,
princesas o dulces damiselas. Ellas eran algo más. Debían hacer algo
distinto. Por eso montaron la compañía de danza de las Valkirias. Serían
diosas guerreras de la danza y actuarían como tal.
Tras meses de duro trabajo se decidieron a
mostrarlo. Sólo un teatro quiso saber de ellas. Pequeño, situado en el
centro de la ciudad, el Valhalla había sido magnífico en el pasado, pero
la crisis y la edad lo habían degradado y ya muy pocos artistas querían
actuar en él. Las facturas señalaban una única salida: cerrarlo y
venderlo al mejor postor. Aquella sería la última representación si no
ocurría un milagro.
La noche del estreno todo eran nervios. Entre
nostálgicos del Valhalla y amigos y conocidos de las bailarinas habían
conseguido llenar. Sería un buena recaudación, pero no lo suficiente
para evitar el cierre, si no se repetía.
Se hizo el silencio y la oscuridad inundó la
sala. Las Valkirias asaltaron el escenario al son de Wagner y, durante
una hora, contaron la historia de una diosa que luchaba contra sus
hermanas y su propia esencia para darle unos días más de vida a un
guerrero moribundo. Hubo risas, lágrimas, emoción y, como cierre, una
enorme ovación.
Aquella mañana fueron a mirar los foros especializados, que marcarían el destino del teatro y de la compañia.
"El baile de las Valquirias es como ver un cuadro de Botero en movimiento."
"Tan gráciles como plumas, tan contundentes como terremotos."
"Poderoso y sutil. Titanes haciendo pajaritas de papel"
El
espectáculo estuvo en cartel tres meses, siempre lleno, antes de
empezar una gira nacional y el Valhalla pudo cerrar con dignidad. De
alguna forma, el milagro de las Valkirias se hizo realidad.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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27.12.11
Qué bonito es ser madre!
- El otro día – dijo la señora Maricarmen – vi un documental sobre
la lactancia. Fue muy instructivo. Decían que, entre otras cosas,
reforzaba la relación entre la madre y sus hijos…
- Esto…
- …además de mejorar la salud de los bebés al darles mejores defensas y alimentación…
- …Maricarmen…
- …y reforzar su confianza…
- ¡Maricarmen! – interrumpió la señora Berta - Entiendes que nosotras tenemos un poco complicado eso de la lactancia, ¿verdad?
-
¿Complicado? ¿Por qué? – se indignó la señora Maricarmen -. ¿Qué
insinúas? ¿Qué no soy buena madre? ¿Qué no soy una buena gallina? Si
quiero darles lactancia, se la doy. Para mis polluelos quiero lo mejor y
si lo mejor es la lactancia, la tendrán, que para eso salen de mis
huevos.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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26.12.11
Un Trasto Mágico
Un perro blanco salió al escenario y empezó a hablar.
- Mi nombre es Trasto y soy mago. Este es el penúltimo acto de la noche. Estén atentos porque lo que va a ocurrir no lo volverán a ver.
A continuación todo el mundo parpadeó. En el escenario un hombre con traje y barba había sustituido al perro.
- Guau, guau, guau, guau - dijo -. Guau, guau, guau, guau, guau, guau. Guau, guau, guau, guau.
El público se miró extrañado y volvió a parpadear, tras lo cual la tarima quedó vacía.
- ¿Entonces ya está? - preguntó alguien desde lo alto de la lámpara del teatro. La gente levantó la vista para ver quién hablaba y vieron a un perro blanco junto a un hombre con traje y barba.
- Guau, guau, guau, guau - contestó el hombre y, con un gesto, desaparecieron.
Entonces, el público aplaudió.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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- Mi nombre es Trasto y soy mago. Este es el penúltimo acto de la noche. Estén atentos porque lo que va a ocurrir no lo volverán a ver.
A continuación todo el mundo parpadeó. En el escenario un hombre con traje y barba había sustituido al perro.
- Guau, guau, guau, guau - dijo -. Guau, guau, guau, guau, guau, guau. Guau, guau, guau, guau.
El público se miró extrañado y volvió a parpadear, tras lo cual la tarima quedó vacía.
- ¿Entonces ya está? - preguntó alguien desde lo alto de la lámpara del teatro. La gente levantó la vista para ver quién hablaba y vieron a un perro blanco junto a un hombre con traje y barba.
- Guau, guau, guau, guau - contestó el hombre y, con un gesto, desaparecieron.
Entonces, el público aplaudió.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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25.12.11
Días de fiesta
Era lógico. Si las fiestas navideñas empiezan el 25 de diciembre
después de que venga Papá Noel y acaban el 6 de enero después de que
vengan los Reyes Magos, para que el resto de días sean días de navidad,
otros tenían que venir a hacer cosas. Así, un día venía el Señor
Electricista, que arreglaba un enchufe. Otro venía el Señor fontanero,
que revisaba las tuberías. Otro el monstruo Lucas, que hacía desaparecer
las galletas. Luego, uno que dice ser amigo de alguien, que nadie ve y
que deja regalos… y así hasta completar los 14 días.
Era la única explicación para que no dejara de entrar gente en casa.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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Era la única explicación para que no dejara de entrar gente en casa.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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24.12.11
Visita al veterinario
- Miau, miau – mulló el gato -. Miau, miau, miau. Miau.
- Dice que no tienes razón – tradujo la niña -. Que estás equivocado.
- ¿Disculpa? – se indignó el psicólogo veterinario -. Soy un profesional reputado. Tengo decenas de títulos que certifican que llevo años estudiando la forma de comportarse de los animales. Los entiendo. Sé lo que quieren y éste en particular – señaló al minino – está deprimido.
- Miau, miau, miau…
- …no estoy deprimido…
- …miau, miau, miau, miau….
- …me duelen los dientes…
- …miau, miau, miau, miau.
- …y no puedo comer. Eso es lo que ha dicho – afirmó la niña.
El veterinario se quedó mirándolos, boqueabierto.
- ¿Miau?
- Pregunta si le vas a ayudar – concluyó la niña.
El gato asintió y abrió la boca. El psicólogo veterinario miró dentro y vio cosas que arreglar. Por raro que pareciera, la niña parecía tener razón.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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- Dice que no tienes razón – tradujo la niña -. Que estás equivocado.
- ¿Disculpa? – se indignó el psicólogo veterinario -. Soy un profesional reputado. Tengo decenas de títulos que certifican que llevo años estudiando la forma de comportarse de los animales. Los entiendo. Sé lo que quieren y éste en particular – señaló al minino – está deprimido.
- Miau, miau, miau…
- …no estoy deprimido…
- …miau, miau, miau, miau….
- …me duelen los dientes…
- …miau, miau, miau, miau.
- …y no puedo comer. Eso es lo que ha dicho – afirmó la niña.
El veterinario se quedó mirándolos, boqueabierto.
- ¿Miau?
- Pregunta si le vas a ayudar – concluyó la niña.
El gato asintió y abrió la boca. El psicólogo veterinario miró dentro y vio cosas que arreglar. Por raro que pareciera, la niña parecía tener razón.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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23.12.11
Aguas duras
El escenario estaba oscuro cuando una voz atronó en toda la sala:
- ¡Ahora, con todos vosotros, el grupo que estabais esperando! ¡Aguas Duras!
Una
guitarra inició una nota aguda, acompañada del ritmo de una batería, y
continuó durante unos segundos. La ovación creció mientras se iluminaba
el escenario y empezaban a distinguirse las siluetas de los artistas.
La música subió y, de repente, se detuvo un
instante, lo justo para que se escuchara la voz cristalina de la
cantante empezar una canción:
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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22.12.11
Caracoles
Era un incomprendido entre los suyos. Sólo ella había sabido entender su pasión. Todo había empezado cuando se quedó pegado a un coche de carreras. Recordaba perfectamente el suave ronroneo del motor y, sobre todo, el vértigo de la velocidad al acelerar y frenar. Inmediatamente se había vuelto adicto.
Desde entonces había estado construyendo su propio vehículo con piezas del desguace. Ahora que lo había acabado los dos podrían atravesar el mundo y sólo tendrían que detenerse cuando se acabara la cuerda.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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Desde entonces había estado construyendo su propio vehículo con piezas del desguace. Ahora que lo había acabado los dos podrían atravesar el mundo y sólo tendrían que detenerse cuando se acabara la cuerda.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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20.12.11
Espinoso
Lo habían puesto al lado del ordenador porque decían que absorbía la radiación del monitor. No sabía si era verdad, pero últimamente era capaz de moverse un poco más rápido de lo normal. También había descubierto que era capaz de entender lo que le decía la chica que se sentaba junto a él. Comprendía las preguntas que le hacía, sus reflexiones y sus análisis, aunque no respondía, pues sabía que ella no esperaba respuesta. De hecho, probablemente, se asustara si la recibiera.
Sin embargo, intrigado por aquellas cuestiones y problemas que le planteaban comenzó a interesarse por lo que ponía en la pantalla y acabó matriculándose en cursos a distancia de programación. De día se dedicaba a aprender de ella y de noche a estudiar.
Poco a poco comenzó a valorar las genialidades y a ver cosas que se podían modificar para mejorar. Pero un día vio un error terrible. Ella había estado programando durante horas con fiebre y se le había escapado un detalle tonto pero que podía tener graves consecuencias. Él esperó a que todas las luces se apagaran y, reuniendo todo el valor que pudo, accedió al ordenador y modificó aquellas líneas. No era un gran cambio, pero era suyo, así que lo firmó como Espinoso.
Al día siguiente ella se clavó un pincho que había quedado entre las teclas. Cuando vio la firma supo qué había pasado. Sin que nadie se diera cuenta puso un poco de abono en la maceta, otro poco de agua y en voz bajita le dio las gracias por la ayuda.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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Sin embargo, intrigado por aquellas cuestiones y problemas que le planteaban comenzó a interesarse por lo que ponía en la pantalla y acabó matriculándose en cursos a distancia de programación. De día se dedicaba a aprender de ella y de noche a estudiar.
Poco a poco comenzó a valorar las genialidades y a ver cosas que se podían modificar para mejorar. Pero un día vio un error terrible. Ella había estado programando durante horas con fiebre y se le había escapado un detalle tonto pero que podía tener graves consecuencias. Él esperó a que todas las luces se apagaran y, reuniendo todo el valor que pudo, accedió al ordenador y modificó aquellas líneas. No era un gran cambio, pero era suyo, así que lo firmó como Espinoso.
Al día siguiente ella se clavó un pincho que había quedado entre las teclas. Cuando vio la firma supo qué había pasado. Sin que nadie se diera cuenta puso un poco de abono en la maceta, otro poco de agua y en voz bajita le dio las gracias por la ayuda.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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19.12.11
Espejo
No era feliz. Ser un espejo de baño significaba que era un espejo y que vivía en un cuarto de baño. Todos los días lo salpicaban y lo llenaban de vaho. Todos los días veía a la misma gente hacer las mismas cosas. Todos los días eran iguales.
Entonces un día lo descolgaron y lo llevaron a un taller, donde lo tallaron con diferentes formas y tamaños y, al final, lo metieron dentro de un tubo de metal. Aquella noche vio las estrellas y la luna desde tan cerca que se sintió que podía brillar más que ellas. Aquella nueva vida como telescopio se presentaba muy interesante.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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Entonces un día lo descolgaron y lo llevaron a un taller, donde lo tallaron con diferentes formas y tamaños y, al final, lo metieron dentro de un tubo de metal. Aquella noche vio las estrellas y la luna desde tan cerca que se sintió que podía brillar más que ellas. Aquella nueva vida como telescopio se presentaba muy interesante.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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La tienda de mascotas
- Entonces, ¿qué me recomienda?
El dependiente la examinó y repasó en voz alta lo que le acaban de explicar.
- Por lo que me cuenta, su hijo le ha pedido una mascota y no quiere decirle que no, pero a usted no le gustan los animales que suelten pelo o que puedan estropearle los muebles. No quiere que huelan ni que sean ruidosos. No quiere tener que pasearlos ni lavarlos y, si puede ser, ni siquiera alimentarlos. Pero quiere que sea cariñoso, mono y le combine con la casa, ¿correcto?
- Ni yo misma lo hubiese dicho mejor - sonrió ella.
- Pues tengo varias cosas que podrían resultarle interesante - dijo él, sacando un pequeño libro con las palabras "catalogo especial" escrito en letras doradas. A continuación lo abrió encima de la mesa y con el dedo repasó el índice -. Mire, aquí tenemos pajaritas silbadoras indestructibles con su jaula insonorizada, rocas subacuáticas que siempre están secas, minerales meditadores de estantería y también... - pasó páginas, buscando - era para un niño, ¿verdad? Entonces le recomiendo nuestras famosas piñas de arrastre - dijo al encontrar la página -. Vienen con correa incluida, con lo que puede tanto llevarla de paseo como colgarla de una lámpara o una pared y tendrá un toque rústico o navideño, según la época del año. Mire.
El vendedor le pasó el libro. La mujer lo leyó con interés y volvió a sonreír.
- Me encanta. Es justo lo que buscaba. Póngame tres, una de cada color y envuélvala para regalo. ¿Acepta tarjeta?
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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El dependiente la examinó y repasó en voz alta lo que le acaban de explicar.
- Por lo que me cuenta, su hijo le ha pedido una mascota y no quiere decirle que no, pero a usted no le gustan los animales que suelten pelo o que puedan estropearle los muebles. No quiere que huelan ni que sean ruidosos. No quiere tener que pasearlos ni lavarlos y, si puede ser, ni siquiera alimentarlos. Pero quiere que sea cariñoso, mono y le combine con la casa, ¿correcto?
- Ni yo misma lo hubiese dicho mejor - sonrió ella.
- Pues tengo varias cosas que podrían resultarle interesante - dijo él, sacando un pequeño libro con las palabras "catalogo especial" escrito en letras doradas. A continuación lo abrió encima de la mesa y con el dedo repasó el índice -. Mire, aquí tenemos pajaritas silbadoras indestructibles con su jaula insonorizada, rocas subacuáticas que siempre están secas, minerales meditadores de estantería y también... - pasó páginas, buscando - era para un niño, ¿verdad? Entonces le recomiendo nuestras famosas piñas de arrastre - dijo al encontrar la página -. Vienen con correa incluida, con lo que puede tanto llevarla de paseo como colgarla de una lámpara o una pared y tendrá un toque rústico o navideño, según la época del año. Mire.
El vendedor le pasó el libro. La mujer lo leyó con interés y volvió a sonreír.
- Me encanta. Es justo lo que buscaba. Póngame tres, una de cada color y envuélvala para regalo. ¿Acepta tarjeta?
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18.12.11
Sin problemas
- No sabes cuánto valemos - dijo una.
- No vas a poder descubrirlo - desafió otra.
- No vas a poder - repitió la tercera -. ¡Somos tres! ¡Sal corriendo como siempre haces, cobarde!
- No huiré - contestó el niño, mirándolas sin pestañear -. Mi papá me ha enseñado vuestro punto débil. Os separaré, os reduciré y os sustituiré. No me volveréis a vencer.
Las incógnitas se miraron y dudaron. ¿Sería verdad? ¿Conocería las técnicas secretas? Fuera como fuese, una dura batalla estaba a punto de empezar.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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- No vas a poder descubrirlo - desafió otra.
- No vas a poder - repitió la tercera -. ¡Somos tres! ¡Sal corriendo como siempre haces, cobarde!
- No huiré - contestó el niño, mirándolas sin pestañear -. Mi papá me ha enseñado vuestro punto débil. Os separaré, os reduciré y os sustituiré. No me volveréis a vencer.
Las incógnitas se miraron y dudaron. ¿Sería verdad? ¿Conocería las técnicas secretas? Fuera como fuese, una dura batalla estaba a punto de empezar.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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17.12.11
Mudanza
Al principio miraban las cajas sin comprender lo que estaba
ocurriendo. Sin embargo, poco a poco, la verdad se hizo evidente.
Después de tantos años juntos, se iban. Habían vaciado cajones, embalado
cables, papeles y libros y ya sólo quedaban los muebles. Entonces
llegaron unos señores muy grandes con grandes manos y también se
llevaron las mesas, las sillas y las estanterías, dejándolo todo vacío.
Por primera vez en mucho tiempo, pudieron ver el techo y las paredes.
Todo era un poco menos blanco que la única vez que lo habían visto.
Durante un tiempo disfrutaron de la
soledad y el silencio, después lo soportaron y al final, empezaron a
aburrirse de tanta tranquilidad. Se dieron cuenta de que echaban de
menos los pasos, las voces y, por supuesto, las corrientes de aire que
las mecían cuando alguien abría una ventana. Nadie había abierto las
ventanas desde que se habían ido. Estaba todo demasiado quieto.
Entonces, una mañana, oyeron la puerta abrirse. Una
persona paseó por allí mientras hablaba por teléfono y abrió las
ventanas. A continuación sacó una escoba, las barrió y las metió en una
bolsa. Se quedaron todas muy quietas. La emoción las embargaba. Era el
principio de una gran viaje.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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16.12.11
Invisible
Siempre estaba escondido en un rincón, vigilando, esperando a ser
necesitado. Sólo una vez al año aparecía brevemente. Lo justo para dejar
un regalo con su nombre en un lugar visible. Era su forma de decir:
“Gracias por seguirme el juego”.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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“Gracias por seguirme el juego”.
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14.12.11
El observador
Había hecho un esfuerzo brutal para levantar aquella ciudad y traer a
gente y, cuando pensaba que estaba todo listo, se retiró a descansar. Al
despertar descubrió con horror y tristeza que no quedaba nada en pie. Ni siquiera había cadáveres. Simplemente había desaparecido todo y
todos. Sin embargo, no perdía la esperanza. Cada día miraba por su
telescopio y escuchaba por el audífono en busca de señales que indicaran
que aún quedaba vida en aquel lugar.
Quizá alguien debería decirle que la ciudad se había mudado al valle de al lado.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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13.12.11
Muralla
Montó su muralla pieza a pieza. Debía ser robusta y resistente para
cuando llegara el momento. Sería su refugio. Cuando estuvo acabada,
comprobó que si se agachaba no podían verlo. Preparó su arma y apuntó.
La bestia dormía profundamente en el sofá y era necesario que estuviese
despierta para poder escapar. Pero su despertar era peligroso,
especialmente si no era por propia voluntad. Respiró profundamente,
disparó y se agachó. La bestia se movió y gruñó, pero no despertó. Se
asomó lentamente y vio que había cambiado de postura, dejando
desprotegida su delicada espalda. Volvió a apuntar, respiró, disparó y
se volvió a agachar. El rugido hizo temblar las paredes. De un salto la
bestia se puso en pie y dando golpes y maldiciendo se fue.
Salió entonces del refugio, se fue a la puerta principal de la gruta y puso cara de niño bueno. Cuando la bestia lo vio allí de pie pensó en hacer muchas cosas, pero sólo pudo decir una:
- Está bien, iremos al parque, pero no vuelvas a despertarme así.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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Salió entonces del refugio, se fue a la puerta principal de la gruta y puso cara de niño bueno. Cuando la bestia lo vio allí de pie pensó en hacer muchas cosas, pero sólo pudo decir una:
- Está bien, iremos al parque, pero no vuelvas a despertarme así.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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12.12.11
Armado
- Se esta armando un buen pollo.
- Te crees muy gracioso, ¿verdad?
- Pero no miento. Hay que ser muy especial para formar parte de los caballeros de la mesa redonda.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
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11.12.11
Piratas
Batiéndose a espada los dos piratas danzaban cual bailarines por la Cueva del Muerto. El entrechocar de sus aceros resonaba en las paredes y los pasillos. Sus gritos, saltos y filigranas enmascaraban los sonidos de ultratumba que venían de las profundidades. Todo por un cofre lleno de monedas doradas y joyas que esperaba en lo alto de un pedestal al vencedor. De un golpe maestro, uno desarmó al otro y, poniendo su filo en el cuello de su adversario, le dijo lo que un caballero debe decir en estas ocasiones:
- Ríndete. Di que el tesoro es mío y te dejaré ir.
Su contrincante, lleno de ira, dijo lo único que se puede contestar.
- Jamás. Tendrás que pasar por encima de mi cadáver.
- Así sea - sentenció, preparándose para el golpe final.
- ¡Detenéos! - resonó en la gruta una voz femenina.
Los dos se quedaron mirando el origen de aquel grito. Una mujer con los brazos en jarra los miraba desde la entrada. Ambos retrocedieron.
- Os lo dije - recordó la mujer mientras se acercaba a ellos -. Os lo advertí - continuó -. Si os volvía a ver pelear por el cofre, me enfadaría. Pues bien. Ahora estoy enfadada. ¿Estáis contentos?
- Pero... - trató de decir el que aún conservaba la espada.
- ¡No hay peros ni olmos! - gritó la mujer, sacándose de un bolsillo dos monedas doradas que sostuvo en el aire - Si las queréis, me las pedís y yo os daré las que necesitéis. Pero el cofre siempre es mío.
Ella entonces le dio una moneda a cada pirata y, después, cogió el cofre y desapareció. Los dos combatientes se miraron y enfundaron sus espadas.
- Has luchado bien - dijo el derrotado -. Me tienes que enseñar ese movimiento.
- No puedo - contestó el otro - o de lo contrario me ganarías.
- ¿Qué hacemos con mamá, hermanito? - dijo el primero, quitando la funda dorada a la moneda de chocolate y metiéndosela en la boca.
- Lo de siempre - contestó el segundo, imitando el gesto -. Hacerle caso hasta que baje la guardia y, cuando podamos, arrebatarle el cofre.
- Espero que la próxima vez no me traiciones.
- ¡Pero si me traicionaste tú!
- Lo que tú digas - finalizó el perdedor.
Salieron los dos de la cueva. Madre les esperaba en un bote con el cofre y el morro torcido. Amablemente les había dejado los asientos de los remos. El barco estaba al otro lado de la isla. Los dos hermanos supieron que les esperaba un viaje muy largo hasta casa.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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- Ríndete. Di que el tesoro es mío y te dejaré ir.
Su contrincante, lleno de ira, dijo lo único que se puede contestar.
- Jamás. Tendrás que pasar por encima de mi cadáver.
- Así sea - sentenció, preparándose para el golpe final.
- ¡Detenéos! - resonó en la gruta una voz femenina.
Los dos se quedaron mirando el origen de aquel grito. Una mujer con los brazos en jarra los miraba desde la entrada. Ambos retrocedieron.
- Os lo dije - recordó la mujer mientras se acercaba a ellos -. Os lo advertí - continuó -. Si os volvía a ver pelear por el cofre, me enfadaría. Pues bien. Ahora estoy enfadada. ¿Estáis contentos?
- Pero... - trató de decir el que aún conservaba la espada.
- ¡No hay peros ni olmos! - gritó la mujer, sacándose de un bolsillo dos monedas doradas que sostuvo en el aire - Si las queréis, me las pedís y yo os daré las que necesitéis. Pero el cofre siempre es mío.
Ella entonces le dio una moneda a cada pirata y, después, cogió el cofre y desapareció. Los dos combatientes se miraron y enfundaron sus espadas.
- Has luchado bien - dijo el derrotado -. Me tienes que enseñar ese movimiento.
- No puedo - contestó el otro - o de lo contrario me ganarías.
- ¿Qué hacemos con mamá, hermanito? - dijo el primero, quitando la funda dorada a la moneda de chocolate y metiéndosela en la boca.
- Lo de siempre - contestó el segundo, imitando el gesto -. Hacerle caso hasta que baje la guardia y, cuando podamos, arrebatarle el cofre.
- Espero que la próxima vez no me traiciones.
- ¡Pero si me traicionaste tú!
- Lo que tú digas - finalizó el perdedor.
Salieron los dos de la cueva. Madre les esperaba en un bote con el cofre y el morro torcido. Amablemente les había dejado los asientos de los remos. El barco estaba al otro lado de la isla. Los dos hermanos supieron que les esperaba un viaje muy largo hasta casa.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
Más cuentos en: www.senorocre.com
La botella
Cogió la botella y miró en su interior. Estaba medio llena.
- Medio vacía - corrigió una voz en su cabeza.
- No tengo ganas de discutir - se contestó Jack.
No hubo respuesta. Volvió a la botella. Seguía con agua aproximadamente por la mitad.
- En realidad, queda sólo un tercio - volvió a interrumpir la voz.
El agua olía a...
- Salitre y yodo.
- Gracias, pero no necesito tu ayuda - escupió Jack.
- Claro, por supuesto, ya me callo.
...salitre y yodo. Agua de mar. Una botella con agua de mar en una casa en medio del desierto. Un misterio digno de...
- No es un misterio.
- ¿Alguien te ha pedido opinión?
- No, pero no es ningún misterio.
... de un investigador de su nivel. Sólo existía una razón por la que aquello podía estar ahí y era...
- No es por eso.
- ¡Pero si no sabes lo que iba a decir!
- Pero sí lo que piensas.
- Sal de mi cabeza.
- Sabes que no puedo.
- ¡Pues deja de pensar por mí!
No hubo réplica. Jack respiró hondo y trató de volver a lo que estaba. La razón era que... lo había olvidado. Durante un instante lo había sabido pero ahora no lo recordaba. Sólo había una forma de volver a saberlo.
- Vale, di por qué está ahí esa botella.
Nadie contestó.
- ¿Por favor?
- ¿En qué puedo ayudarles, quiero decir, ayudarle? - se corrigió el dependiente al ver que allí sólo había una persona - ¿Estaban ustedes buscando algún aroma en particular?
Jack se quedó mirando a quien acababa de hablar, un pez metido en un traje de astronauta lleno de un líquido transparente, y se dio cuenta de que lo que necesitaba por encima de todo era beber un poco de agua dulce.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
- Medio vacía - corrigió una voz en su cabeza.
- No tengo ganas de discutir - se contestó Jack.
No hubo respuesta. Volvió a la botella. Seguía con agua aproximadamente por la mitad.
- En realidad, queda sólo un tercio - volvió a interrumpir la voz.
El agua olía a...
- Salitre y yodo.
- Gracias, pero no necesito tu ayuda - escupió Jack.
- Claro, por supuesto, ya me callo.
...salitre y yodo. Agua de mar. Una botella con agua de mar en una casa en medio del desierto. Un misterio digno de...
- No es un misterio.
- ¿Alguien te ha pedido opinión?
- No, pero no es ningún misterio.
... de un investigador de su nivel. Sólo existía una razón por la que aquello podía estar ahí y era...
- No es por eso.
- ¡Pero si no sabes lo que iba a decir!
- Pero sí lo que piensas.
- Sal de mi cabeza.
- Sabes que no puedo.
- ¡Pues deja de pensar por mí!
No hubo réplica. Jack respiró hondo y trató de volver a lo que estaba. La razón era que... lo había olvidado. Durante un instante lo había sabido pero ahora no lo recordaba. Sólo había una forma de volver a saberlo.
- Vale, di por qué está ahí esa botella.
Nadie contestó.
- ¿Por favor?
- ¿En qué puedo ayudarles, quiero decir, ayudarle? - se corrigió el dependiente al ver que allí sólo había una persona - ¿Estaban ustedes buscando algún aroma en particular?
Jack se quedó mirando a quien acababa de hablar, un pez metido en un traje de astronauta lleno de un líquido transparente, y se dio cuenta de que lo que necesitaba por encima de todo era beber un poco de agua dulce.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
9.12.11
Llave
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
8.12.11
Debería estar en un museo
Las servilletas de papel nacían para limpiar el
mundo y después ser enviadas a reciclar, siguiendo el ciclo que habían
seguido todos sus ancestros. Una vida plena y simple. Ella se había
estado preparando mentalmente para ello durante meses. Primero, en la
oscuridad del templo de oración, mientras esperaba envasada en la
oscuridad de una caja. Más tarde en el servilletero, desde donde conocía
su entorno y el tipo de manchas que tendría que limpiar. Tras unos días
allí había llegado a saber todo lo que necesitaba sobre salsas,
refrescos y papilla. Pero nadie la había avisado de que aquello le podía
ocurrir.
Miraba a su alrededor cada día. La habían metido en
una urna. ¡Allí nadie podría utilizarla! Ella nunca podría contribuir a
limpiar el mundo. Quedaría inmaculada para toda la eternidad. ¿Y todo
por qué? Por que a alguien se le había ocurrido dibujarle algo y a otro
alguien le había resultado tan "interesante" que la habían puesto en un
museo. ¡La gente la miraba durante horas sin llegar a tocarla! Además,
¡la urna estaba sucia! ¿A nadie le importaban las tres motas de polvo
que había en el cristal? Si pudiese moverse un poco...
Entonces alguien pasó un trapo por el cristal y
se llevó el polvo. Después limpió toda la sala, incluso los rincones
más oscuros y la dejó radiante. La servilleta sonrió. Si en el mundo
había más gente como aquella persona aún quedaba esperanza.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
7.12.11
Lost in original version

Intentó comunicarse con la gente que pasaba por
delante de él, pero siempre miraban a los otros. Era frustrante. ¿Nadie
se iba a parar un instante? ¿Nadie lo iba a coger? ¿Nadie se daba cuenta
que aquel no era su lugar? Pasaron los días y las cosas siguieron
igual, él esperando, el mundo pasando ante sus ojos y nadie a quien
preguntar.
Entonces apareció ella por el pasillo con su
andar pausado, barriendo con la mirada todos los estantes. Su esperanza
de salvación encarnada en aquella chica que lo observaba todo. Vio sus
ojos posarse en él un instante... y pasar de largo. La desesperación se
apoderó de él. Si ella no lo ayudaba nadie lo haría, así que hizo lo
único que podía: pensó con todas sus fuerzas "fíjate en mí". Ella
retrocedió.
- ¿Qué haces tú aquí? - se preguntó la bibliotecaria -. Este no es tu sitio.
Le
cogió entre sus manos cálidas y suaves, lo acarició, le quitó un poco
de polvo y lo abrió un momento, para asegurarse de que todo estaba bien.
- Quién habrá sido el desalmado que ha dejado
un diccionario de castellano recién impreso entre los libros de poesía
en japonés - pensó en voz alta -. Tranquilo, ya pasó, te pondré con los
tuyos - dijo suavemente, tratando de tranquilizarlo.
Cuando fue colocado en su sección
supo que todo estaría bien. Por fin conocía su nombre, dónde estaba y,
sobre todo, que podía ser encontrado y leído. Sonaba bien lo de ser un
Diccionario de castellano. Sólo faltaba que lo leyeran para saber qué
significaba eso.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
6.12.11
Límite 24 horas
La duodécima campanada sonó, marcando la frontera entre ayer y mañana.
- ¿Ha hablado contigo? - preguntó Libreta con preocupación.
- ¿Ha hablado contigo? - preguntó Libreta con preocupación.
- No - contestó Bolígrafo -. ¿Teclado?
- Tampoco conmigo - dijo.
El silencio se metió en la conversación y, como nadie lo rompía, empezó a espesarse.
- Recordad que siempre lleva a Pluma en el bolsillo - dijo tímidamente Lápiz Mordisqueado.
El silencio se metió en la conversación y, como nadie lo rompía, empezó a espesarse.
- Recordad que siempre lleva a Pluma en el bolsillo - dijo tímidamente Lápiz Mordisqueado.
- Sí y a Portátil en la mochila - completó Impresora.
- Estoy seguro que le dio tiempo, que ayer escribió el cuento del día - trató de tranquilizarlos Bolígrafo -. No se con quien, pero seguro que lo ha hecho.
Libreta respiró hondo. Lo último que debían perder era la esperanza.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
- Estoy seguro que le dio tiempo, que ayer escribió el cuento del día - trató de tranquilizarlos Bolígrafo -. No se con quien, pero seguro que lo ha hecho.
Libreta respiró hondo. Lo último que debían perder era la esperanza.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
5.12.11
Obrando
- Es sencillo - empezó el obrero -. Primero picas la tierra y la pones en ese montón. Después se lleva hasta la cinta transportadora y ésta la sube hasta el depósito. De ahí se saca por la trampilla inferior y se mete en la hormigonera con agua. Cuando la mezcla es homogénea se rellenan los moldes y se meten en el horno. Cuando están cocidos se amontonan en esa pila y, con ellos, podemos seguir construyendo la pared.
- ¿Y por qué construís la pared? - preguntó el niño.
- Porque si no, al coger la tierra, se nos caería la montaña encima.
- ¿Y los ladrillos se utilizan para otras cosas?
- No, sólo para hacer la pared.
- Y si dejarias la pared y la montaña como está ¿se caerían?
- Mmmmm - reflexionó un momento -. Probablemente no.
- ¿Y por qué no paráis?
- Porque entonces no tendríamos trabajo.
El niño se le quedó mirando esperando alguna explicación más.
- Cuando seas mayor lo entenderás - concluyó el obrero con una sonrisa y siguió a lo suyo.
El niño se quedó mirando el reloj. Ya era más mayor y seguía sin comprenderlo. Tendría que esperar un poco más.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
- ¿Y por qué construís la pared? - preguntó el niño.
- Porque si no, al coger la tierra, se nos caería la montaña encima.
- ¿Y los ladrillos se utilizan para otras cosas?
- No, sólo para hacer la pared.
- Y si dejarias la pared y la montaña como está ¿se caerían?
- Mmmmm - reflexionó un momento -. Probablemente no.
- ¿Y por qué no paráis?
- Porque entonces no tendríamos trabajo.
El niño se le quedó mirando esperando alguna explicación más.
- Cuando seas mayor lo entenderás - concluyó el obrero con una sonrisa y siguió a lo suyo.
El niño se quedó mirando el reloj. Ya era más mayor y seguía sin comprenderlo. Tendría que esperar un poco más.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
Verde
Se acercó al gigantesco atril y se arrodilló. Debía esperar así hasta que le dieran su aprobación.
- Elige - dijo una voz.
Desde
que no tenía punta sabía que su destino era ser verde esmeralda en
lugar de un simple carboncillo, pero acababa de cruzarse con un turquesa
y empezaba a dudar.
- Elige - repitió la voz.
O quizá cian. O marrón. O azul marino. Había tantos para elegir y tan pocas oportunidades que...
- Elige ahora o deja pasar al siguiente - dijo la voz con impaciencia.
Despertó de golpe y levantó la vista. Frente a él estaba el Libro
abierto de par en par y, en sus páginas, todos los colores del mundo,
millones, todos diferentes, cada uno con su nombre. Cientos de tonos de
blancos, azules y verdes. Verde Esmeralda. El color de sus sueños. Un
código. Lo buscó y, en cuanto lo vio, supo que no debería haber dudado.
- Verde 185 - dijo toda la firmeza que pudo.
- 185. Tipo: Rojo. Concedido - contestó la voz.
Despertó
varios días después. Lo primero que hizo fue mirarse a un espejo. Era
verde, tal y como quería. "Aunque el turquesa", pensó, "tampoco hubiese
quedado mal".
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
4.12.11
La ley
- En las frías noches de este invierno que no acaba es cuando somos libres - dijo a su aprendiz -. Porque cuando se hace de día el silencio es el amo y señor de este lugar. Una ley no escrita dice que no se puede hacer ruido mientras el sol esté despierto. La luz nos delata, nos muestra ante ellos y si somos demasiado viejos, o llamamos su atención, nos cogen. No he visto volver a nadie de los que se han llevado.
- Pero...
- ¡Shh! - susurró el maestro -. No te muevas. Creo que va a amanecer.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
3.12.11
Desierto
Avanzaba sobre las tórridas arenas del desierto pegando saltitos para no
quemarse. Cuando podía se refugiaba a la sombra de dunas, rocas o
cualquier cosa parecida a vegetación. Encontrar comida era un reto. El
agua, su obsesión. Un viaje muy duro que hacía sólo por comprobar un
mito.
Rezaba una leyenda que si viajabas siempre siguiendo el camino
del sol, al final llegarías a un lugar con tanta agua que era capaz de
apagarlo cada noche y que, con lo que sobraba, todas las tribus del
desierto podrían beber varias vidas.
Eso me contó cuando me encontré con él. Parecía muy
ilusionado. No le dije que yo venía de allí ni que aquella agua no se
podía beber. Lo descubriría él solo.
Al menos las vistas merecían la pena.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
1.12.11
El pozo de la creatividad
- Mi imaginación se ha ido - se lamentó sentado en el sofá,
cogiéndose la cabeza, al borde del llanto -. El pozo de mi creatividad
se ha secado. No me queda nada.
Su hija pequeña lo oyó y supo inmediatamente qué debía hacer. Cuando el
padre miró por la ventana y la vio en el jardín, una sonrisa iluminó su
cara. Su inspiración había vuelto cargada de regalos.
Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)
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