30.11.11

Interneeeeé!


Se quedó mirando algo que sólo él podía ver, apuntó y con su tridente lo pinchó. Por supuesto, explotó en miles de colores, sonidos y letras, que rebotaron por la habitación durante unos instantes hasta que, poco a poco, se desvanecieron. Esperó un momento. Alguien maldijo. Él sonrió y buscó otra de esas cosas invisibles para interceptarla.

Desde que se había inventado la wifi, su trabajo como corruptor de almas se había vuelto mucho más sencillo.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

Pastelito

Tomó conciencia de lo que era en el escaparate de la pastelería. Se vio reflejado en el cristal. Vio su masa rosa, con una estrella dorada encima y el molde de color blanco a lunares rojos. Estaba divino… y relleno de mermelada de fresa. Se sentía irresistible.

Sin embargo, la gente pasaba frente a él, lo miraban, algunos entraban en la pastelería, pero nadie lo compraba. Era frustrante. Así que tomó cartas en el asunto y utilizó sus poderes, esos que utilizan los pasteles cuando quieren ser comidos y que obligan a las personas a obedecerlos, e inmediatamente una mujer de mediana edad entró en la tienda y se lo quedó.

La mujer se lo llevó empaquetado y, al llegar a casa, se sentó en la mesa de la cocina y se preparó para degustar aquel manjar. Entonces, viendo lo que estaba a punto de ocurrir, el pastelito rosa se dio cuenta de algo. Si ella se lo comía, nadie más podría saborearlo. ¡El mundo entero se perdería su sabor! Así que hizo lo único que podía. Utilizó por segunda vez sus poderes mentales, pero esta vez para que la mujer comprara más bollos como él y que los repartiera entre toda la gente que conocía. ¡Y la mujer lo hizo!

De repente, un mundo nuevo de posibilidades se abrió frente a sus ojos. Si era capaz de influenciar a una mujer, podía hacer lo mismo con muchas más personas. ¡Podía dominar el mundo! Comenzó a reír descontroladamente. Se vio a sí mismo como amo y señor de la tierra, controlando la fabricación de pastelitos para que todo el mundo lo deseara a él y a sus hermanos, para que todos se doblegaran bajo su molde. Todos le ansiarían. La gula los convertiría en sus esclavos…

- Cuidado, amigo, tu poder tiene un límite – dijo una voz.

- ¿Quién habla? – preguntó el pastelito - ¿Qué límite?

- No todo el mundo…

En ese instante un niño entró en la cocina, vio el pastelito rosa y lo cogió. El pastelito tuvo tiempo de utilizar su poder mental durante una fracción de segundo antes de que el niño se lo comiera de un bocado. "Está rico", dijo el niño con la boca llena, "pero es más fachada que otra cosa. Demasiado empalagoso", concluyó antes de irse.

- No todo el mundo te hará caso – completó con un susurró un brownie mordisqueado desde detrás de una alacena –. No puedes controlar a todo el mundo. Tarde o temprano, alguien te comerá.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

28.11.11

Espectáculo

Siempre llegaban con la niebla del amanecer. Hacían crecer la carpa a las afueras del pueblo mientras todo el mundo aún dormía. Por la mañana recorrían las calles cantando, bailando y haciendo malabarismos. Gritaban que ya habían llegado, que estaban allí y que esa tarde y esa noche actuarían para ellos, para quitarles las penas, para hacerlos felices.

El pueblo entero iba a verlos y un hombre con bigote y sombrero los esperaba en la puerta de la carpa y los invitaba a pasar, a disfrutar y a dejar allí sus problemas. Uno tras otro entraban, estaban un rato y salían por otra puerta.

A la mañana siguiente todo desaparecería y nadie recordaría lo que había ocurrido. Sin embargo, todos sabrían que se habían quitado un gran peso de encima y volverían a sentirse felices y contentos durante un tiempo.

Hasta que el circo volviera con la niebla.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

27.11.11

Animales de leyenda (1)

Cuentan los viejos que existía un castillo en lo más alto de una montaña. Dicen que era hermoso, majestuoso e impenetrable, pero que el tiempo y el olvido derribaron sus muros, dejando sólo ruinas cubiertas por la vegetación. Según la leyenda el enorme foso que lo rodeaba estaba lleno de agua y habitado por reptiles que trajeron desde los rincones más inhóspitos del mundo. Su objetivo, ahuyentar a los indeseables. Pero cuando el agua empezó a escasear y el frío a aumentar, tuvieron que cambiar, adaptarse y evolucionar hasta lo que hoy conocemos como cocodrilos de monte.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Dedicado a Javi y David que siempre les toca esperarnos por los cuentos ilustrados.

26.11.11

Ad infinitum

Al atardecer del tercer día el niño seguía riendo y nadie sabía por qué. Todavía.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

25.11.11

Gominola

Una gominola abandonada en un plato de plástico esperando a que alguien la recoja. Una trufa de chocolate olvidada en una bandeja de papel. Gusanitos de maíz flotando en un vaso medio lleno de refresco de cola. Restos todos de la batalla campal ocurrida unas horas antes, saldada con un mantel lleno de manchas de nocilla, refresco de naranja y migas de bocadillo, el suelo del comedor pegajoso y papeles de regalo tirados por todas partes. El vencedor, si lo hay, ha sido un niño que ha cumplido 7 años y que, justo antes de apagar las velas, ha deseado que aquella fiesta de cumpleaños fuese "superdivertida". Por suerte para él y sus amigos, su deseo se ha cumplido.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

24.11.11

Frío

Desde la estantería ojos negros brillantes observaban a la niña que, dormida en la cama, temblaba de frío. Hecha un ovillo, enroscada entre las sábanas, soñaba que atravesaba páramos helados, tormentas y ventiscas en busca de una manta.

Al ver a la pequeña, los propietarios de aquellos ojos tomaron una decisión y, todos a la vez, se dejaron caer suavemente sobre la niña, cubriéndola.

Enseguida la niña dejó de temblar. A la mañana siguiente despertó rodeada de todos sus peluches y ella les dio las gracias, dejándolos de nuevo en la estantería. Ellos silenciosamente se las devolvieron y se fueron a dormir.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Dedicado a Fermín Mikel Sáez (@mintxelas)

23.11.11

Tiempo

A pesar de ser hijo de quien era le costó años de práctica aprender a controlar el tiempo. Cuando tenía prisa todo iba más lento: los trenes se retrasaban, aparecían obras en las carreteras que le obligaban a ir más lento o se ponía a llover sin parar que producían atascos y retenciones. En cambio, cuando quería recrearse en un instante y hacerlo durar, todo se aceleraba y se acababa casi inmediatamente.


Obviamente aquello no pasaba porque él así lo quisiera, pero tampoco encontraba la forma de evitarlo. Sus padres nunca llegaron a explicárselo, pues era algo que debía aprender por sí mismo. Sin embargo, un día, la solución obvia se le ocurrió. Dejaría de intentar llegar a la hora a los sitios. En su lugar, iría relajadamente antes y así ese rato pasaría más rápido, mientras que los momentos buenos los exprimiría como si fueran a acabar inmediatamente para que, de esa forma, el tiempo los alargara.


Era distinto a los anteriores pero era, al fin y al cabo, un señor del tiempo.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

22.11.11

Sueños

Sueña con volar cada vez que cierra los ojos y cada vez que los abre descubre que nunca podrá tener alas. Se imagina surcando las olas de mares embravecidos y sumergiéndose en lo más profundo del océano, aunque sabe que ni tiene ni tendrá nunca escamas, aletas o branquias. Envidia a quienes atraviesan bosques, montañas y desiertos, con el sol, la lluvia y el viento a sus espaldas, pues sabe que ya no podrá imitarles.

Sin embargo no pierde la esperanza. Sigue soñando cada día desde su cama porque, a pesar de todo, sigue teniendo su cabeza intacta, repleta de historias, imaginación y un puntito de maravillosa locura. 

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Alegria

A aquella hada nadie le había explicado que para volar no servía igual la risa que la felicidad.



Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

20.11.11

El escritor



Aquella noche tuvo una pesadilla. En ella sufría un accidente tras el cual su memoria fotográfica quedaba destrozada. A partir de ese día, sólo era capaz de recordar lo ocurrido antes de aquel terrible momento. Cuando despertó aquello le obsesionó, así que trató de sacarla de su mente de la única manera que conocía: escribiéndola. Durante gran parte del día apuntó ideas y reflexiones derivadas de aquella pesadilla utilizando una vieja máqina de escribir, rellenando decenas de hojas en el proceso que dejó un lado de la mesa. Cuando no pudo más, se fue a dormir.

De madrugada una mujer cogió el montón de papeles y lo leyó atentamente. Cuando acabó lo metió en un archivador azul, puso la fecha y abrió una habitación secreta en el estudio, llena de estanterías repletas de archivadores azules. Le resultaba curioso leer sobre la misma historia una y otra vez y que cada vez fuese ligeramente diferente. Cerró la habitación secreta y se fue a dormir. Mañana sería otro día y volvería a leer la misma historia otra vez, contada de una forma distinta.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

19.11.11

El mago

Se arremangó el esmoquin y enseñó las dos manos, primero las palmas, los dorsos después. Dijo, "no perdáis de vista mis manos. Es el final del espectáculo". Movió las manos a un lado y a otro, despacio al principio y poco a poco más rápido, más rápido, más rápido, hasta que sólo fueron un borrón blanco. Entonces, sin más, desaparecieron. Después desaparecieron los brazos, los hombros, el torso y las piernas. Quedó la cabeza suspendida en el aire que, sonriente, dio las gracias y también se esfumó. La ovación fue atronadora y sólo se apagó cuando fue evidente que no iba a reaparecer. 

Cuando los espectadores salieron del teatro las manos del mago, flotando en el aire, sujetaban un cartel...

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

18.11.11

Escapar

Llevaba tanto tiempo a la sombra que ya no recordaba cómo era la luz del sol. Allí, bajo los tubos fluorescentes, sobrevivía. Pero aquello no era forma de vivir. Así que hizo lo único que podía hacer: esperó. Dejó pasar el tiempo. Pero tras meses de esperar se dio cuenta que aquello no le iba a llevar a ningún sitio. Fue entonces cuando decidió pasar a la acción.
Estando allí plantado no había perdido el tiempo. Había estudiado el entorno y a sus habitantes. Conocía sus costumbres. Sabía todo lo que pasaba allí. Tenía todo lo que necesitaba para trazar un plan y lo hizo. Sólo necesitaba una cosa: que llegara la primavera. Entonces le saldrían las flores que con sus colores y su maravilloso olor atraerían insectos. Esa era la clave: flores. Nunca había tenido, pero seguro que le saldrían. Eso decían en los documentales de la tele. Miró el calendario. Estaban en Noviembre. Faltaban... varios meses. No se le daban bien las matemáticas, pero era paciente. Muy paciente. Tanto como podía serlo un pino. 

Miró por la ventana. Nevaba. Pensó entonces que quizá la maceta no fuese un lugar tan desagradable. Al fin y al cabo se estaba calentito y le daban agua y abono. 
Se acomodó lo que pudo.  Definitivamente, podía esperar allí dentro un poco más.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

17.11.11

Magia Nocturna



Cuando se habla de la hora mágica se piensa en la medianoche. Los relojes suenan doce veces y marcan la frontera entre el final de un día y el comienzo del siguiente. Pero eso no es verdad. Al menos, no del todo. Todas los instantes son mágicos y sólo depende de lo que quieras conseguir para elegir uno u otro.

Por ejemplo, pasados treinta y siete silencios de las tres de la madrugada de una fría noche de invierno es el momento adecuado para despertarte, mirar el reloj y volver a meterse debajo de las mantas, las sábanas y los nórdicos de la cama, mientras piensas que aún puedes dormir un ratito más. Ese es un momento de auténtica felicidad.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

16.11.11

La niña

La lluvia repiqueteaba en los tejados. El viento, agudo y frío, azotaba las ventanas con un aullido de interminable dolor tratando de colarse en la cálida habitación. Única habitación de una pequeña casa situada en lo más profundo un bosque ya de por sí húmedo y frío.

Una gota bajaba por el cristal con la intención de llegar lo antes posible al suelo y así acabar con un tramo de su ciclo vital. Mientras eso pasaba, una niña de cuatro años, castaña y con un pirri que salía como una palmera de la parte derecha de su cabeza, miraba ensimismada, con unos prociosos ojos marrones verdáceos, aquello que bajaba por la ventana y se preguntaba qué extrañas fuerzas hacían que tanta agua cayera del cielo y por qué una cosa tan pequeña podía caminar por un cristal. ¿Podría ella hacerlo? Ella era más grande. Puede que hubiera gente más grande que ella, pero ella ya tenía cuatro años. Y eso son muchos años. Sobre todo si los cumplías ese día.

Miró la gota. Vio cómo se retorcía por el cristal, en un interminable camino hacia... bueno, hacia donde vaya una gota. Algún destino tendrá. Y, aunque en ese momento no lo sepa, cuando llegue sabrá que habrá llegado y se detendrá. Pero la niña no pensaba en eso. Ella miraba los movimientos de la gota: abajo, abajo-derecha, abajo, pausa, abajo-izquierda, marco de la ventana y final de trayecto.

La pequeña se aceró a la pared que estaba a su lado. Se pegó tanto como pudo a ella. Juntó los pies, acercó las manos a su cuerpecito, se arrepretujó contra la pared y empezó a refregarse: derecha, pauda, izquierda, derecha, izquierda... pero no se movió. Esperaba poder trepar por la pared. Si una gotita podía hacerlo, ¿por qué ella no?

- Porque tú eres una niña y no una gota de agua. Las gotas siempre están subiendo, bajando y fluyendo. Y tú eres una niña que ya deberías estar en la cama.

  La voz, tierna, cascada y ligeramente aguda, provenía de la anciana sentada en una mecedora junto a la chimenea. Otrora bella y espléndida, sus ojos no habían pedido nunca aquella chispa cálida que te envolvía al mirarla.

- Sí, iaia - dijo cuando se acercaba a la mecedora -. Buenas noches.

  Besó a la anciana en una mejilla. Mientras se acercaba a su camita, oyó la misma voz susurrar un "buenas noches" y se durmió arrulada por el ñik-ñak de la mecedora y el crepitar de la leña.

  La voz volvió a susurrar, más pensando en voz alta que hablando a alguien:

- Descansa y duerme esta noche, pues mañana será un día duro.

 La anciana bruja siguió meciéndose hasta que la niña estuvo profundamente dormida. Apagó el fuego y ella también durmió. También para ella sería un día duro el de mañana. Siempre era duro empezar a adiestrar a una aprendiz. Pero lo era aún más si sabías que iba a ser la última.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Mascota

Antes del cuento de hoy os presento a una mascota que no pudo ser y antes de guardala en el cajón os la enseño. ¿qué os parece?



15.11.11

Un lugar solitario

Se despertó al anochecer en una calle desierta. Trató de mirar a su alrededor, pero tenía la cabeza embotada. Poco a poco empezó a distinguir descampados, calles vacías y farolas encendiéndose. De pie e inmovilizada, la luz artificial era su única compañía.

- Pssh - oyó -. ¡Pssh! - volvió a oir -. Aquí - alguien le dijo desde se derecha -. ¿Estás despierta? 
- Sí - contestó sin saber muy bien a qué.
- Entonces ya estamos todas - dijo otra voz.
- ¿Y ahora? - preguntó una tercera.
- Pues a esperar.
- ¿A qué?
- Pues a que pase algo.
- ¿Y si no pasa nada?
Hubo un silencio incómodo.
- Algo pasará - dijo una voz -. Siempre pasa algo.

Era cierto. Pasó el tiempo y con él llegó el amanecer. Al salir el sol cayó dormida como todas las otras farolas. Acababan de pasar su primera noche en aquella urbanización por construir


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

14.11.11

El señor Ocre se muda

El señor Ocre llevaba viviendo en aquella casa de la calle Mostaza desde que había llegado a la ciudad. De eso hacía más de 90 años. Le daba pena irse, pero, por otro lado, sabía hacía tiempo que era inevitable. Subir todos los días hasta el octavo piso por las escaleras era demasiado para sus rodillas.

Recorrió con la mirada el loft de sesenta metros cuadrados: las paredes amarillentas, los muebles envejecidos, las cajas llenas de libros de segunda y tercera mano, de ropa añeja y desteñida y de esos pequeños objetos de recuerdo que los turistas compran cuando visitan algún lugar para demostrar que han estado allí y que cuando vuelven a casa se encuentran con que los venden en la tienda de la esquina y, por último, la cristalera que ocupaba toda una pared y mostraba una panorámica la ciudad. Se asomó por última vez a aquella enorme ventana, miró el perfil de los edificios recortados contra el cielo y se fijó en una colina, casi a las afueras, que tenía en la cima una casita blanca de techo de teja. Parecía un bonito lugar para vivir. 

Se giró hacia la lámpara, colgada en medio de la habitación, un cubo de luz contenido en una esfera de cristal dentro de otro cubo de metal de un metro de lado y habló:
- Nos mudamos. Próxima parada, colina del Membrillo número 4.

No dijo nada más. La lámpara parpadeó levemente. El señor Ocre miró la habitación. Los muebles y las cajas seguían en el mismo sitio. Sin embargo, la habitación era un poco más pequeña y las paredes más blancas. Se giró y ya no había cristalera, sino un par de ventanas y una puerta. Al salir vio que estaba en una colina desde la que veía toda la ciudad, incluído el edificio amarillento y ruinoso de la calle Mostaza que iban a demoler en unas horas.

Volvió a la habitación y empezó a desembalar. Qué duro era hacer una mudanza.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

13.11.11

El señor Ocre

"Un cubo de luz contenido en una esfera de cristal dentro de un cubo metálico de un metro de lado. Esa es la lámpara del señor Ocre y su forma de ir a las estrellas y volver. Si algún día lo ves, llámalo por su nombre y pídele un cuento. Si te oye, quizá se pare en el aire y saque la cabeza por una ventana que hasta entonces no  estaba ahí. Entonces te mirará, pensará un momento y te dirá "no hace falta que te cuente un cuento. Tienes todo lo que te ha pasado hasta ahora y tu imaginación para inventar todas las historias que quieras".

Bueno,quizá no había lamparas espaciales voladoras,pero lo otro si que era verdad. Más o menos."

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Manolo


"El señor Manolo se apartó de la ventana para que la señora Lola pudiese ver a gusto el documental y se sentó en la cocina para observarla sin que ella le viera. Ya que no podía sacarla del zoo, la haría un poquito más libre dándole su ventana y que, a través de ella, pudiese ver el mundo."

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

11.11.11

Lola

La ilustración de hoy viene con cuento de Pepe Fuertes (@pepefuertes) , a ver qué os parece. Mañana más.
A la señora Lola le gustaba mirar la televisión del vecino del segundo. Siempre tenía las ventanas abiertas y a mediodía ponía documentales muy interesantes sobre lugares que le recordaban a su niñez. Sin embargo, últimamente le empezaba a costar distinguir lo que ocurría en la pantalla, pues no era muy grande y, ya se sabe, los años no perdonan. 

Pero ocurrió que un día a mediodía, a la hora del documental, la ventana estaba cerrada. La señora Lola empezó a preocuparse. ¿Y si hoy el vecino no abría las ventanas? ¿Y si hoy no ponía la tele? Faltaban sólo unos minutos. Se lo iba a perder. La señora Lola se estaba poniendo nerviosa.
Entonces la ventana se abrió y el vecino del segundo se asomó y gritó. "Señora Lola, mire lo que he comprado. Es para usted". Y se apartó. Tras él había una enorme pantalla de sesenta pulgadas encendida y un documental de jirafas puesto.

La señora Lola sonrió, cerró levemente los ojos y asintió. Las jirafas pueden ser mudas, pero no desagradecidas.

10.11.11

A ver si despegamos....

Ayer después de dar la bara a las chicas de la reprografía (estuvimos hasta las tantas intentando imprimir unos marcapáginas a doble cara) sólo se me ocurrió dibujar este cohete, que aunque no es la Calamar-54, espero que ayude a despegar el proyecto de ilustración que llevo entre manos junto a Antonio Giménez. Ya hace algo más de un año que empezamos.

Mañana dibujo más historia de Pepe Fuertes :)

9.11.11

Bzzz

Ayer me visitó esa elegante y diplomática abeja. Escuché su zumbido y no paró hasta que salió. Le preguntaremos al Sr. Ocre qué podemos hacer con ella. Quizá esta noche encuentre otro amigo...

1.11.11

Mi tienda en Etsy

He abierto una tienda en Etsy para vender láminas con algunas de mis ilustraciones. De momento estas son las que están a la venta:

¡Árboles, animales, aviones, cohetes, pájaros, nubes, soles, lunas, plantas, ríos, peces y una regadera! Con su planta de lápices de colores pintó el mundo para hacerlo real.
¿Para quién serán todos estos regalos?


Cuando Caperucita Roja escribió su carta a los Tres Reyes Magos, en la postdata les dijo: "Cuando estéis cerca de mi casa, tened cuidado con el lobo"

Pero quedan muchas más por llegar...