30.12.11

Los cuentos del señor Ocre se han mudado

Si vienes buscando los cuentos del señor Ocre, podrás encontrarlos todos en:



Interrogatorio

- ¡Responde! – gritó el interrogador – ¡Dónde está! ¡Dónde lo has escondido!

- No lo sé – suplicó, tratando de soltarse de la mesa – Yo sólo soy el mensajero. A mi me dan las letras y yo las envío. ¡Nada más!

- Pero sabrás algo de su contenido…

- ¡No! ¡Para mí sólo son letras sueltas! ¡Nunca las uno! ¡No sé lo que dicen!

- ¡Mientes! – rugió amenazador – Dime de qué va el cuento que estaba escribiendo o de lo contrario…

- Suéltalo – susurró una tercera voz desde la puerta -. Si quieres saberlo, tendrás que esperar hasta mañana.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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29.12.11

No hay cuento

- Miren ustedes. Resulta que ayer estuve enfermo. De varicela. Además me constipé y entre los mocos y los picores no me daba para escribir un cuento. Por si fuera poco, cuando se me ocurrió algo y lo pude escribir, se lo comió mi gato. ¿Han visto ustedes esos animalitos tan monos de los videojuegos? Pues este llevaba virus y se ha tragado todo mi ordenador y el móvil sin batería ni cobertura. Total, que entre pitos y flautas no les he podido traer una historia.
- ¿Entonces? - preguntó una niña del público con voz de pena - ¿Hoy no hay cuento?

- Por supuesto que sí - la tranquilizó el señor Ocre -. Pero no se despisten. Igual les cuelo un cuento chino y no se enteran.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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28.12.11

Valkirias

Cada una empezó por su cuenta en el mundo de la danza, con idéntico resultado: nadie quería saber nada de bailarinas de más de 1000 kilos. Todo cambió el día que las tres se juntaron en un casting y se dieron cuenta de que no estaban solas. Fue el momento en que decidieron que, si nadie les daba trabajo, ellas se lo darían a sí mismas.

Pronto fue evidente que no podrían hacer un espectáculo normal y corriente. Nadie iría a ver cómo hacían de cisnes, princesas o dulces damiselas. Ellas eran algo más. Debían hacer algo distinto. Por eso montaron la compañía de danza de las Valkirias. Serían diosas guerreras de la danza y actuarían como tal.

Tras meses de duro trabajo se decidieron a mostrarlo. Sólo un teatro quiso saber de ellas. Pequeño, situado en el centro de la ciudad, el Valhalla había sido magnífico en el pasado, pero la crisis y la edad lo habían degradado y ya muy pocos artistas querían actuar en él. Las facturas señalaban una única salida: cerrarlo y venderlo al mejor postor. Aquella sería la última representación si no ocurría un milagro.

La noche del estreno todo eran nervios. Entre nostálgicos del Valhalla y amigos y conocidos de las bailarinas habían conseguido llenar. Sería un buena recaudación, pero no lo suficiente para evitar el cierre, si no se repetía.

Se hizo el silencio y la oscuridad inundó la sala. Las Valkirias asaltaron el escenario al son de Wagner y, durante una hora, contaron la historia de una diosa que luchaba contra sus hermanas y su propia esencia para darle unos días más de vida a un guerrero moribundo. Hubo risas, lágrimas, emoción y, como cierre, una enorme ovación.

Aquella mañana fueron a mirar los foros especializados, que marcarían el destino del teatro y de la compañia.

"El baile de las Valquirias es como ver un cuadro de Botero en movimiento."
"Tan gráciles como plumas, tan contundentes como terremotos."
"Poderoso y sutil. Titanes haciendo pajaritas de papel"

El espectáculo estuvo en cartel tres meses, siempre lleno, antes de empezar una gira nacional y el Valhalla pudo cerrar con dignidad. De alguna forma, el milagro de las Valkirias se hizo realidad.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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27.12.11

Qué bonito es ser madre!

- El otro día – dijo la señora Maricarmen – vi un documental sobre la lactancia. Fue muy instructivo. Decían que, entre otras cosas, reforzaba la relación entre la madre y sus hijos…

- Esto…

- …además de mejorar la salud de los bebés al darles mejores defensas y alimentación…

- …Maricarmen…

- …y reforzar su confianza…

- ¡Maricarmen! – interrumpió la señora Berta - Entiendes que nosotras tenemos un poco complicado eso de la lactancia, ¿verdad?

- ¿Complicado? ¿Por qué? – se indignó la señora Maricarmen -. ¿Qué insinúas? ¿Qué no soy buena madre? ¿Qué no soy una buena gallina? Si quiero darles lactancia, se la doy. Para mis polluelos quiero lo mejor y si lo mejor es la lactancia, la tendrán, que para eso salen de mis huevos.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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26.12.11

Un Trasto Mágico

Un perro blanco salió al escenario y empezó a hablar.

- Mi nombre es Trasto y soy mago. Este es el penúltimo acto de la noche. Estén atentos porque lo que va a ocurrir no lo volverán a ver.

A continuación todo el mundo parpadeó. En el escenario un hombre con traje y barba había sustituido al perro.

- Guau, guau, guau, guau - dijo -. Guau, guau, guau, guau, guau, guau. Guau, guau, guau, guau.

El público se miró extrañado y volvió a parpadear, tras lo cual la tarima quedó vacía.

- ¿Entonces ya está? - preguntó alguien desde lo alto de la lámpara del teatro. La gente levantó la vista para ver quién hablaba y vieron a un perro blanco junto a un hombre con traje y barba.

- Guau, guau, guau, guau - contestó el hombre y, con un gesto, desaparecieron.

Entonces, el público aplaudió.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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25.12.11

Días de fiesta

Era lógico. Si las fiestas navideñas empiezan el 25 de diciembre después de que venga Papá Noel y acaban el 6 de enero después de que vengan los Reyes Magos, para que el resto de días sean días de navidad, otros tenían que venir a hacer cosas. Así, un día venía el Señor Electricista, que arreglaba un enchufe. Otro venía el Señor fontanero, que revisaba las tuberías. Otro el monstruo Lucas, que hacía desaparecer las galletas. Luego, uno que dice ser amigo de alguien, que nadie ve y que deja regalos… y así hasta completar los 14 días.

Era la única explicación para que no dejara de entrar gente en casa.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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24.12.11

Visita al veterinario

- Miau, miau – mulló el gato -. Miau, miau, miau. Miau.
- Dice que no tienes razón – tradujo la niña -. Que estás equivocado.
- ¿Disculpa? – se indignó el psicólogo veterinario -. Soy un profesional reputado. Tengo decenas de títulos que certifican que llevo años estudiando la forma de comportarse de los animales. Los entiendo. Sé lo que quieren y éste en particular – señaló al minino – está deprimido.
- Miau, miau, miau…
- …no estoy deprimido…
- …miau, miau, miau, miau….
- …me duelen los dientes…
- …miau, miau, miau, miau.
- …y no puedo comer. Eso es lo que ha dicho – afirmó la niña.
El veterinario se quedó mirándolos, boqueabierto.
- ¿Miau?
- Pregunta si le vas a ayudar – concluyó la niña.
El gato asintió y abrió la boca. El psicólogo veterinario miró dentro y vio cosas que arreglar. Por raro que pareciera, la niña parecía tener razón.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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23.12.11

Aguas duras

El escenario estaba oscuro cuando una voz atronó en toda la sala:
- ¡Ahora, con todos vosotros, el grupo que estabais esperando! ¡Aguas Duras!
Una guitarra inició una nota aguda, acompañada del ritmo de una batería, y continuó durante unos segundos. La ovación creció mientras se iluminaba el escenario y empezaban a distinguirse las siluetas de los artistas.

La música subió y, de repente, se detuvo un instante, lo justo para que se escuchara la voz cristalina de la cantante empezar una canción:

- Pero mira cómo beben los peces en el río...

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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22.12.11

Caracoles

Era un incomprendido entre los suyos. Sólo ella había sabido entender su pasión. Todo había empezado cuando se quedó pegado a un coche de carreras. Recordaba perfectamente el suave ronroneo del motor y, sobre todo, el vértigo de la velocidad al acelerar y frenar. Inmediatamente se había vuelto adicto.

Desde entonces había estado construyendo su propio vehículo con piezas del desguace. Ahora que lo había acabado los dos podrían atravesar el mundo y sólo tendrían que detenerse cuando se acabara la cuerda.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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20.12.11

Espinoso

Lo habían puesto al lado del ordenador porque decían que absorbía la radiación del monitor. No sabía si era verdad, pero últimamente era capaz de moverse un poco más rápido de lo normal. También había descubierto que era capaz de entender lo que le decía la chica que se sentaba junto a él. Comprendía las preguntas que le hacía, sus reflexiones y sus análisis, aunque no respondía, pues sabía que ella no esperaba respuesta. De hecho, probablemente, se asustara si la recibiera.

Sin embargo, intrigado por aquellas cuestiones y problemas que le planteaban comenzó a interesarse por lo que ponía en la pantalla y acabó matriculándose en cursos a distancia de programación. De día se dedicaba a aprender de ella y de noche a estudiar.

Poco a poco comenzó a valorar las genialidades y a ver cosas que se podían modificar para mejorar. Pero un día vio un error terrible. Ella había estado programando durante horas con fiebre y se le había escapado un detalle tonto pero que podía tener graves consecuencias. Él esperó a que todas las luces se apagaran y, reuniendo todo el valor que pudo, accedió al ordenador y modificó aquellas líneas. No era un gran cambio, pero era suyo, así que lo firmó como Espinoso.

Al día siguiente ella se clavó un pincho que había quedado entre las teclas. Cuando vio la firma supo qué había pasado. Sin que nadie se diera cuenta puso un poco de abono en la maceta, otro poco de agua y en voz bajita le dio las gracias por la ayuda.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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19.12.11

Espejo

No era feliz. Ser un espejo de baño significaba que era un espejo y que vivía en un cuarto de baño. Todos los días lo salpicaban y lo llenaban de vaho. Todos los días veía a la misma gente hacer las mismas cosas. Todos los días eran iguales.

Entonces un día lo descolgaron y lo llevaron a un taller, donde lo tallaron con diferentes formas y tamaños y, al final, lo metieron dentro de un tubo de metal. Aquella noche vio las estrellas y la luna desde tan cerca que se sintió que podía brillar más que ellas. Aquella nueva vida como telescopio se presentaba muy interesante.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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La tienda de mascotas

- Entonces, ¿qué me recomienda?
El dependiente la examinó y repasó en voz alta lo que le acaban de explicar.
- Por lo que me cuenta, su hijo le ha pedido una mascota y no quiere decirle que no, pero a usted no le gustan los animales que suelten pelo o que puedan estropearle los muebles. No quiere que huelan ni que sean ruidosos. No quiere tener que pasearlos ni lavarlos y, si puede ser, ni siquiera alimentarlos. Pero quiere que sea cariñoso, mono y le combine con la casa, ¿correcto?
- Ni yo misma lo hubiese dicho mejor - sonrió ella.
- Pues tengo varias cosas que podrían resultarle interesante - dijo él, sacando un pequeño libro con las palabras "catalogo especial" escrito en letras doradas. A continuación lo abrió encima de la mesa y con el dedo repasó el índice -. Mire, aquí tenemos pajaritas silbadoras indestructibles con su jaula insonorizada, rocas subacuáticas que siempre están secas, minerales meditadores de estantería y también... - pasó páginas, buscando - era para un niño, ¿verdad? Entonces le recomiendo nuestras famosas piñas de arrastre - dijo al encontrar la página -. Vienen con correa incluida, con lo que puede tanto llevarla de paseo como colgarla de una lámpara o una pared y tendrá un toque rústico o navideño, según la época del año. Mire.
El vendedor le pasó el libro. La mujer lo leyó con interés y volvió a sonreír.
- Me encanta. Es justo lo que buscaba. Póngame tres, una de cada color y envuélvala para regalo. ¿Acepta tarjeta?


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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18.12.11

Sin problemas

- No sabes cuánto valemos - dijo una.
- No vas a poder descubrirlo - desafió otra.
- No vas a poder - repitió la tercera -. ¡Somos tres! ¡Sal corriendo como siempre haces, cobarde!
- No huiré - contestó el niño, mirándolas sin pestañear -. Mi papá me ha enseñado vuestro punto débil. Os separaré, os reduciré y os sustituiré. No me volveréis a vencer.

Las incógnitas se miraron y dudaron. ¿Sería verdad? ¿Conocería las técnicas secretas? Fuera como fuese, una dura batalla estaba a punto de empezar. 


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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17.12.11

Mudanza

Al principio miraban las cajas sin comprender lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, poco a poco, la verdad se hizo evidente. Después de tantos años juntos, se iban. Habían vaciado cajones, embalado cables, papeles y libros y ya sólo quedaban los muebles. Entonces llegaron unos señores muy grandes con grandes manos y también se llevaron las mesas, las sillas y las estanterías, dejándolo todo vacío. Por primera vez en mucho tiempo, pudieron ver el techo y las paredes. Todo era un poco menos blanco que la única vez que lo habían visto. 

Durante un tiempo disfrutaron de la soledad y el silencio, después lo soportaron y al final, empezaron a aburrirse de tanta tranquilidad. Se dieron cuenta de que echaban de menos los pasos, las voces y, por supuesto, las corrientes de aire que las mecían cuando alguien abría una ventana. Nadie había abierto las ventanas desde que se habían ido. Estaba todo demasiado quieto.

Entonces, una mañana, oyeron la puerta abrirse. Una persona paseó por allí mientras hablaba por teléfono y abrió las ventanas. A continuación sacó una escoba, las barrió y las metió en una bolsa. Se quedaron todas muy quietas. La emoción las embargaba. Era el principio de una gran viaje. 


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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16.12.11

Invisible

Siempre estaba escondido en un rincón, vigilando, esperando a ser necesitado. Sólo una vez al año aparecía brevemente. Lo justo para dejar un regalo con su nombre en un lugar visible. Era su forma de decir:

“Gracias por seguirme el juego”.



Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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14.12.11

El observador

Había hecho un esfuerzo brutal para levantar aquella ciudad y traer a gente y, cuando pensaba que estaba todo listo, se retiró a descansar. Al despertar descubrió con horror y tristeza que no quedaba nada en pie. Ni siquiera había cadáveres. Simplemente había desaparecido todo y todos. Sin embargo, no perdía la esperanza. Cada día miraba por su telescopio y escuchaba por el audífono en busca de señales que indicaran que aún quedaba vida en aquel lugar.

Quizá alguien debería decirle que la ciudad se había mudado al valle de al lado.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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13.12.11

Muralla

Montó su muralla pieza a pieza. Debía ser robusta y resistente para cuando llegara el momento. Sería su refugio. Cuando estuvo acabada, comprobó que si se agachaba no podían verlo. Preparó su arma y apuntó. La bestia dormía profundamente en el sofá y era necesario que estuviese despierta para poder escapar. Pero su despertar era peligroso, especialmente si no era por propia voluntad. Respiró profundamente, disparó y se agachó. La bestia se movió y gruñó, pero no despertó. Se asomó lentamente y vio que había cambiado de postura, dejando desprotegida su delicada espalda. Volvió a apuntar, respiró, disparó y se volvió a agachar. El rugido hizo temblar las paredes. De un salto la bestia se puso en pie y dando golpes y maldiciendo se fue.
Salió entonces del refugio, se fue a la puerta principal de la gruta y puso cara de niño bueno. Cuando la bestia lo vio allí de pie pensó en hacer muchas cosas, pero sólo pudo decir una:
- Está bien, iremos al parque, pero no vuelvas a despertarme así.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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12.12.11

Armado

- Se esta armando un buen pollo.
- Te crees muy gracioso, ¿verdad?
- Pero no miento. Hay que ser muy especial para formar parte de los caballeros de la mesa redonda.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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11.12.11

Piratas

Batiéndose a espada los dos piratas danzaban cual bailarines por la Cueva del Muerto. El entrechocar de sus aceros resonaba en las paredes y los pasillos. Sus gritos, saltos y filigranas enmascaraban los sonidos de ultratumba que venían de las profundidades. Todo por un cofre lleno de monedas doradas y joyas que esperaba en lo alto de un pedestal al vencedor. De un golpe maestro, uno desarmó al otro y, poniendo su filo en el cuello de su adversario, le dijo lo que un caballero debe decir en estas ocasiones:
- Ríndete. Di que el tesoro es mío y te dejaré ir.
Su contrincante, lleno de ira, dijo lo único que se puede contestar.
- Jamás. Tendrás que pasar por encima de mi cadáver.
- Así sea - sentenció, preparándose para el golpe final.
- ¡Detenéos! - resonó en la gruta una voz femenina.
Los dos se quedaron mirando el origen de aquel grito. Una mujer con los brazos en jarra los miraba desde la entrada. Ambos retrocedieron.
- Os lo dije - recordó la mujer mientras se acercaba a ellos -. Os lo advertí - continuó -. Si os volvía a ver pelear por el cofre, me enfadaría. Pues bien. Ahora estoy enfadada. ¿Estáis contentos?
- Pero... - trató de decir el que aún conservaba la espada.
- ¡No hay peros ni olmos! - gritó la mujer, sacándose de un bolsillo dos monedas doradas que sostuvo en el aire - Si las queréis, me las pedís y yo os daré las que necesitéis. Pero el cofre siempre es mío.
Ella entonces le dio una moneda a cada pirata y, después, cogió el cofre y desapareció. Los dos combatientes se miraron y enfundaron sus espadas.
- Has luchado bien - dijo el derrotado -. Me tienes que enseñar ese movimiento.
- No puedo - contestó el otro - o de lo contrario me ganarías.
- ¿Qué hacemos con mamá, hermanito? - dijo el primero, quitando la funda dorada a la moneda de chocolate y metiéndosela en la boca.
- Lo de siempre - contestó el segundo, imitando el gesto -. Hacerle caso hasta que baje la guardia y, cuando podamos, arrebatarle el cofre.
- Espero que la próxima vez no me traiciones.
- ¡Pero si me traicionaste tú!
- Lo que tú digas - finalizó el perdedor.
Salieron los dos de la cueva. Madre les esperaba en un bote con el cofre y el morro torcido. Amablemente les había dejado los asientos de los remos. El barco estaba al otro lado de la isla. Los dos hermanos supieron que les esperaba un viaje muy largo hasta casa.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

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La botella

Cogió la botella y miró en su interior. Estaba medio llena.
- Medio vacía - corrigió una voz en su cabeza.
- No tengo ganas de discutir - se contestó Jack.
No hubo respuesta. Volvió a la botella. Seguía con agua aproximadamente por la mitad.
- En realidad, queda sólo un tercio - volvió a interrumpir la voz.
El agua olía a...
- Salitre y yodo.
- Gracias, pero no necesito tu ayuda - escupió Jack.
- Claro, por supuesto, ya me callo.
...salitre y yodo. Agua de mar. Una botella con agua de mar en una casa en medio del desierto. Un misterio digno de...
- No es un misterio.
- ¿Alguien te ha pedido opinión?
- No, pero no es ningún misterio.
... de un investigador de su nivel. Sólo existía una razón por la que aquello podía estar ahí y era...
- No es por eso.
- ¡Pero si no sabes lo que iba a decir!
- Pero sí lo que piensas.
- Sal de mi cabeza.
- Sabes que no puedo.
- ¡Pues deja de pensar por mí!
No hubo réplica. Jack respiró hondo y trató de volver a lo que estaba. La razón era que...  lo había olvidado. Durante un instante lo había sabido pero ahora no lo recordaba. Sólo había una forma de volver a saberlo.
- Vale, di por qué está ahí esa botella.
Nadie contestó.
- ¿Por favor?
- ¿En qué puedo ayudarles, quiero decir, ayudarle? - se corrigió el dependiente al ver que allí sólo había una persona - ¿Estaban ustedes buscando algún aroma en particular?
Jack se quedó mirando a quien acababa de hablar, un pez metido en un traje de astronauta lleno de un líquido transparente, y se dio cuenta de que lo que necesitaba por encima de todo era beber un poco de agua dulce.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

9.12.11

Llave

Siempre llevaba la llave atada al cuello. Era necesario para casos como aquel. El cuerpo estaba inmóvil en el suelo. Se arrodilló y acercó el oído al pecho. Estaba en silencio. Utilizó la llave y lo abrió. Inspeccionó el interior en busca de algo estropeado, pero todo estaba bien, así que dio tres vueltas al engranaje principal, cerró la puerta y esperó. A los pocos segundos el robot de juguete despertó. Sus ojos enfocaron, escanearon lo que había a su alrededor y se cruzaron con los de su salvador. Después se incorporó, le dio las gracias y continuó su trabajo diario. El androide también se levantó. Ojalá siempre fuese así de sencillo.



Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)



8.12.11

Debería estar en un museo

Las servilletas de papel nacían para limpiar el mundo y después ser enviadas a reciclar, siguiendo el ciclo que habían seguido todos sus ancestros. Una vida plena y simple. Ella se había estado preparando mentalmente para ello durante meses. Primero, en la oscuridad del templo de oración, mientras esperaba envasada en la oscuridad de una caja. Más tarde en el servilletero, desde donde conocía su entorno y el tipo de manchas que tendría que limpiar. Tras unos días allí había llegado a saber todo lo que necesitaba sobre salsas, refrescos y papilla. Pero nadie la había avisado de que aquello le podía ocurrir.

Miraba a su alrededor cada día. La habían metido en una urna. ¡Allí nadie podría utilizarla! Ella nunca podría contribuir a limpiar el mundo. Quedaría inmaculada para toda la eternidad. ¿Y todo por qué? Por que a alguien se le había ocurrido dibujarle algo y a otro alguien le había resultado tan "interesante" que la habían puesto en un museo. ¡La gente la miraba durante horas sin llegar a tocarla! Además, ¡la urna estaba sucia! ¿A nadie le importaban las tres motas de polvo que había en el cristal? Si pudiese moverse un poco...

Entonces alguien pasó un trapo por el cristal y se llevó el polvo. Después limpió toda la sala, incluso los rincones más oscuros y la dejó radiante. La servilleta sonrió. Si en el mundo había más gente como aquella persona aún quedaba esperanza. 

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

7.12.11

Lost in original version

Despertó en un lugar alto, rodeado de otros como él, tan hacinados que no podían moverse. Preguntó si alguien sabía dónde estaban, pero no comprendió las respuestas. Hablaban raro. Trató de presentarse para hacerse entender, pero se dio cuenta que sabía quién era. Si pudiese girarse un poco vería su identificación... pero era imposible estando tan apretado.

Intentó comunicarse con la gente que pasaba por delante de él, pero siempre miraban a los otros. Era frustrante. ¿Nadie se iba a parar un instante? ¿Nadie lo iba a coger? ¿Nadie se daba cuenta que aquel no era su lugar? Pasaron los días y las cosas siguieron igual, él esperando, el mundo pasando ante sus ojos y nadie a quien preguntar.

Entonces apareció ella por el pasillo con su andar pausado, barriendo con la mirada todos los estantes. Su esperanza de salvación encarnada en aquella chica que lo observaba todo. Vio sus ojos posarse en él un instante... y pasar de largo. La desesperación se apoderó de él. Si ella no lo ayudaba nadie lo haría, así que hizo lo único que podía: pensó con todas sus fuerzas "fíjate en mí". Ella retrocedió.

- ¿Qué haces tú aquí? - se preguntó la bibliotecaria -. Este no es tu sitio.

Le cogió entre sus manos cálidas y suaves, lo acarició, le quitó un poco de polvo y lo abrió un momento, para asegurarse de que todo estaba bien.

- Quién habrá sido el desalmado que ha dejado un diccionario de castellano recién impreso entre los libros de poesía en japonés - pensó en voz alta -. Tranquilo, ya pasó, te pondré con los tuyos - dijo suavemente, tratando de tranquilizarlo.

Cuando fue colocado en su sección supo que todo estaría bien. Por fin conocía su nombre, dónde estaba y, sobre todo, que podía ser encontrado y leído. Sonaba bien lo de ser un Diccionario de castellano. Sólo faltaba que lo leyeran para saber qué significaba eso.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

6.12.11

Límite 24 horas

La duodécima campanada sonó, marcando la frontera entre ayer y mañana.

- ¿Ha hablado contigo? - preguntó Libreta con preocupación.
- No - contestó Bolígrafo -. ¿Teclado?
- Tampoco conmigo - dijo.

El silencio se metió en la conversación y, como nadie lo rompía, empezó a espesarse.

- Recordad que siempre lleva a Pluma en el bolsillo - dijo tímidamente Lápiz Mordisqueado.
- Sí y a Portátil en la mochila - completó Impresora.

- Estoy seguro que le dio tiempo, que ayer escribió el cuento del día - trató de tranquilizarlos Bolígrafo -. No se con quien, pero seguro que lo ha hecho.

Libreta respiró hondo. Lo último que debían perder era la esperanza.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

5.12.11

Obrando

- Es sencillo - empezó el obrero -. Primero picas la tierra y la pones en ese montón. Después se lleva hasta la cinta transportadora y ésta la sube hasta el depósito. De ahí se saca por la trampilla inferior y se mete en la hormigonera con agua. Cuando la mezcla es homogénea se rellenan los moldes y se meten en el horno. Cuando están cocidos se amontonan en esa pila y, con ellos, podemos seguir construyendo la pared.
- ¿Y por qué construís la pared? - preguntó el niño.
- Porque si no, al coger la tierra, se nos caería la montaña encima.
- ¿Y los ladrillos se utilizan para otras cosas?
- No, sólo para hacer la pared.
- Y si dejarias la pared y la montaña como está ¿se caerían?
- Mmmmm - reflexionó un momento -. Probablemente no.
- ¿Y por qué no paráis?
- Porque entonces no tendríamos trabajo.
El niño se le quedó mirando esperando alguna explicación más.
- Cuando seas mayor lo entenderás  - concluyó el obrero con una sonrisa y siguió a lo suyo.
El niño se quedó mirando el reloj. Ya era más mayor y seguía sin comprenderlo. Tendría que esperar un poco más. 

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

Verde

Se acercó al gigantesco atril y se arrodilló. Debía esperar así hasta que le dieran su aprobación.
- Elige - dijo una voz.
Desde que no tenía punta sabía que su destino era ser verde esmeralda en lugar de un simple carboncillo, pero acababa de cruzarse con un turquesa y empezaba a dudar.
- Elige - repitió la voz.
O quizá cian. O marrón. O azul marino. Había tantos para elegir y tan pocas oportunidades que...
- Elige ahora o deja pasar al siguiente - dijo la voz con impaciencia.
Despertó de golpe y levantó la vista. Frente a él estaba el Libro abierto de par en par y, en sus páginas, todos los colores del mundo, millones, todos diferentes, cada uno con su nombre. Cientos de tonos de blancos, azules y verdes. Verde Esmeralda. El color de sus sueños. Un código. Lo buscó y, en cuanto lo vio, supo que no debería haber dudado.
- Verde 185 - dijo toda la firmeza que pudo.
- 185. Tipo: Rojo. Concedido - contestó la voz.
Despertó varios días después. Lo primero que hizo fue mirarse a un espejo. Era verde, tal y como quería. "Aunque el turquesa", pensó, "tampoco hubiese quedado mal".

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

4.12.11

La ley



- En las frías noches de este invierno que no acaba es cuando somos libres - dijo a su aprendiz -. Porque cuando se hace de día el silencio es el amo y señor de este lugar. Una ley no escrita dice que no se puede hacer ruido mientras el sol esté despierto. La luz nos delata, nos muestra ante ellos y si somos demasiado viejos, o llamamos su atención, nos cogen. No he visto volver a nadie de los que se han llevado.

- Pero...

- ¡Shh! - susurró el maestro -. No te muevas. Creo que va a amanecer.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

3.12.11

Desierto

Avanzaba sobre las tórridas arenas del desierto pegando saltitos para no quemarse. Cuando podía se refugiaba a la sombra de dunas, rocas o cualquier cosa parecida a vegetación. Encontrar comida era un reto. El agua, su obsesión. Un viaje muy duro que hacía sólo por comprobar un mito.
Rezaba una leyenda que si viajabas siempre siguiendo el camino del sol, al final llegarías a un lugar con tanta agua que era capaz de apagarlo cada noche y que, con lo que sobraba, todas las tribus del desierto podrían beber varias vidas. 

Eso me contó cuando me encontré con él. Parecía muy ilusionado. No le dije que yo venía de allí ni que aquella agua no se podía beber. Lo descubriría él solo.

Al menos las vistas merecían la pena.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

1.12.11

El pozo de la creatividad

- Mi imaginación se ha ido - se lamentó sentado en el sofá, cogiéndose la cabeza, al borde del llanto -. El pozo de mi creatividad se ha secado. No me queda nada.

Su hija pequeña lo oyó y supo inmediatamente qué debía hacer. Cuando el padre miró por la ventana y la vio en el jardín, una sonrisa iluminó su cara. Su inspiración había vuelto cargada de regalos.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

30.11.11

Interneeeeé!


Se quedó mirando algo que sólo él podía ver, apuntó y con su tridente lo pinchó. Por supuesto, explotó en miles de colores, sonidos y letras, que rebotaron por la habitación durante unos instantes hasta que, poco a poco, se desvanecieron. Esperó un momento. Alguien maldijo. Él sonrió y buscó otra de esas cosas invisibles para interceptarla.

Desde que se había inventado la wifi, su trabajo como corruptor de almas se había vuelto mucho más sencillo.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

Pastelito

Tomó conciencia de lo que era en el escaparate de la pastelería. Se vio reflejado en el cristal. Vio su masa rosa, con una estrella dorada encima y el molde de color blanco a lunares rojos. Estaba divino… y relleno de mermelada de fresa. Se sentía irresistible.

Sin embargo, la gente pasaba frente a él, lo miraban, algunos entraban en la pastelería, pero nadie lo compraba. Era frustrante. Así que tomó cartas en el asunto y utilizó sus poderes, esos que utilizan los pasteles cuando quieren ser comidos y que obligan a las personas a obedecerlos, e inmediatamente una mujer de mediana edad entró en la tienda y se lo quedó.

La mujer se lo llevó empaquetado y, al llegar a casa, se sentó en la mesa de la cocina y se preparó para degustar aquel manjar. Entonces, viendo lo que estaba a punto de ocurrir, el pastelito rosa se dio cuenta de algo. Si ella se lo comía, nadie más podría saborearlo. ¡El mundo entero se perdería su sabor! Así que hizo lo único que podía. Utilizó por segunda vez sus poderes mentales, pero esta vez para que la mujer comprara más bollos como él y que los repartiera entre toda la gente que conocía. ¡Y la mujer lo hizo!

De repente, un mundo nuevo de posibilidades se abrió frente a sus ojos. Si era capaz de influenciar a una mujer, podía hacer lo mismo con muchas más personas. ¡Podía dominar el mundo! Comenzó a reír descontroladamente. Se vio a sí mismo como amo y señor de la tierra, controlando la fabricación de pastelitos para que todo el mundo lo deseara a él y a sus hermanos, para que todos se doblegaran bajo su molde. Todos le ansiarían. La gula los convertiría en sus esclavos…

- Cuidado, amigo, tu poder tiene un límite – dijo una voz.

- ¿Quién habla? – preguntó el pastelito - ¿Qué límite?

- No todo el mundo…

En ese instante un niño entró en la cocina, vio el pastelito rosa y lo cogió. El pastelito tuvo tiempo de utilizar su poder mental durante una fracción de segundo antes de que el niño se lo comiera de un bocado. "Está rico", dijo el niño con la boca llena, "pero es más fachada que otra cosa. Demasiado empalagoso", concluyó antes de irse.

- No todo el mundo te hará caso – completó con un susurró un brownie mordisqueado desde detrás de una alacena –. No puedes controlar a todo el mundo. Tarde o temprano, alguien te comerá.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

28.11.11

Espectáculo

Siempre llegaban con la niebla del amanecer. Hacían crecer la carpa a las afueras del pueblo mientras todo el mundo aún dormía. Por la mañana recorrían las calles cantando, bailando y haciendo malabarismos. Gritaban que ya habían llegado, que estaban allí y que esa tarde y esa noche actuarían para ellos, para quitarles las penas, para hacerlos felices.

El pueblo entero iba a verlos y un hombre con bigote y sombrero los esperaba en la puerta de la carpa y los invitaba a pasar, a disfrutar y a dejar allí sus problemas. Uno tras otro entraban, estaban un rato y salían por otra puerta.

A la mañana siguiente todo desaparecería y nadie recordaría lo que había ocurrido. Sin embargo, todos sabrían que se habían quitado un gran peso de encima y volverían a sentirse felices y contentos durante un tiempo.

Hasta que el circo volviera con la niebla.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio)

27.11.11

Animales de leyenda (1)

Cuentan los viejos que existía un castillo en lo más alto de una montaña. Dicen que era hermoso, majestuoso e impenetrable, pero que el tiempo y el olvido derribaron sus muros, dejando sólo ruinas cubiertas por la vegetación. Según la leyenda el enorme foso que lo rodeaba estaba lleno de agua y habitado por reptiles que trajeron desde los rincones más inhóspitos del mundo. Su objetivo, ahuyentar a los indeseables. Pero cuando el agua empezó a escasear y el frío a aumentar, tuvieron que cambiar, adaptarse y evolucionar hasta lo que hoy conocemos como cocodrilos de monte.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Dedicado a Javi y David que siempre les toca esperarnos por los cuentos ilustrados.

26.11.11

Ad infinitum

Al atardecer del tercer día el niño seguía riendo y nadie sabía por qué. Todavía.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

25.11.11

Gominola

Una gominola abandonada en un plato de plástico esperando a que alguien la recoja. Una trufa de chocolate olvidada en una bandeja de papel. Gusanitos de maíz flotando en un vaso medio lleno de refresco de cola. Restos todos de la batalla campal ocurrida unas horas antes, saldada con un mantel lleno de manchas de nocilla, refresco de naranja y migas de bocadillo, el suelo del comedor pegajoso y papeles de regalo tirados por todas partes. El vencedor, si lo hay, ha sido un niño que ha cumplido 7 años y que, justo antes de apagar las velas, ha deseado que aquella fiesta de cumpleaños fuese "superdivertida". Por suerte para él y sus amigos, su deseo se ha cumplido.


Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

24.11.11

Frío

Desde la estantería ojos negros brillantes observaban a la niña que, dormida en la cama, temblaba de frío. Hecha un ovillo, enroscada entre las sábanas, soñaba que atravesaba páramos helados, tormentas y ventiscas en busca de una manta.

Al ver a la pequeña, los propietarios de aquellos ojos tomaron una decisión y, todos a la vez, se dejaron caer suavemente sobre la niña, cubriéndola.

Enseguida la niña dejó de temblar. A la mañana siguiente despertó rodeada de todos sus peluches y ella les dio las gracias, dejándolos de nuevo en la estantería. Ellos silenciosamente se las devolvieron y se fueron a dormir.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Dedicado a Fermín Mikel Sáez (@mintxelas)

23.11.11

Tiempo

A pesar de ser hijo de quien era le costó años de práctica aprender a controlar el tiempo. Cuando tenía prisa todo iba más lento: los trenes se retrasaban, aparecían obras en las carreteras que le obligaban a ir más lento o se ponía a llover sin parar que producían atascos y retenciones. En cambio, cuando quería recrearse en un instante y hacerlo durar, todo se aceleraba y se acababa casi inmediatamente.


Obviamente aquello no pasaba porque él así lo quisiera, pero tampoco encontraba la forma de evitarlo. Sus padres nunca llegaron a explicárselo, pues era algo que debía aprender por sí mismo. Sin embargo, un día, la solución obvia se le ocurrió. Dejaría de intentar llegar a la hora a los sitios. En su lugar, iría relajadamente antes y así ese rato pasaría más rápido, mientras que los momentos buenos los exprimiría como si fueran a acabar inmediatamente para que, de esa forma, el tiempo los alargara.


Era distinto a los anteriores pero era, al fin y al cabo, un señor del tiempo.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

22.11.11

Sueños

Sueña con volar cada vez que cierra los ojos y cada vez que los abre descubre que nunca podrá tener alas. Se imagina surcando las olas de mares embravecidos y sumergiéndose en lo más profundo del océano, aunque sabe que ni tiene ni tendrá nunca escamas, aletas o branquias. Envidia a quienes atraviesan bosques, montañas y desiertos, con el sol, la lluvia y el viento a sus espaldas, pues sabe que ya no podrá imitarles.

Sin embargo no pierde la esperanza. Sigue soñando cada día desde su cama porque, a pesar de todo, sigue teniendo su cabeza intacta, repleta de historias, imaginación y un puntito de maravillosa locura. 

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Alegria

A aquella hada nadie le había explicado que para volar no servía igual la risa que la felicidad.



Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

20.11.11

El escritor



Aquella noche tuvo una pesadilla. En ella sufría un accidente tras el cual su memoria fotográfica quedaba destrozada. A partir de ese día, sólo era capaz de recordar lo ocurrido antes de aquel terrible momento. Cuando despertó aquello le obsesionó, así que trató de sacarla de su mente de la única manera que conocía: escribiéndola. Durante gran parte del día apuntó ideas y reflexiones derivadas de aquella pesadilla utilizando una vieja máqina de escribir, rellenando decenas de hojas en el proceso que dejó un lado de la mesa. Cuando no pudo más, se fue a dormir.

De madrugada una mujer cogió el montón de papeles y lo leyó atentamente. Cuando acabó lo metió en un archivador azul, puso la fecha y abrió una habitación secreta en el estudio, llena de estanterías repletas de archivadores azules. Le resultaba curioso leer sobre la misma historia una y otra vez y que cada vez fuese ligeramente diferente. Cerró la habitación secreta y se fue a dormir. Mañana sería otro día y volvería a leer la misma historia otra vez, contada de una forma distinta.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

19.11.11

El mago

Se arremangó el esmoquin y enseñó las dos manos, primero las palmas, los dorsos después. Dijo, "no perdáis de vista mis manos. Es el final del espectáculo". Movió las manos a un lado y a otro, despacio al principio y poco a poco más rápido, más rápido, más rápido, hasta que sólo fueron un borrón blanco. Entonces, sin más, desaparecieron. Después desaparecieron los brazos, los hombros, el torso y las piernas. Quedó la cabeza suspendida en el aire que, sonriente, dio las gracias y también se esfumó. La ovación fue atronadora y sólo se apagó cuando fue evidente que no iba a reaparecer. 

Cuando los espectadores salieron del teatro las manos del mago, flotando en el aire, sujetaban un cartel...

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

18.11.11

Escapar

Llevaba tanto tiempo a la sombra que ya no recordaba cómo era la luz del sol. Allí, bajo los tubos fluorescentes, sobrevivía. Pero aquello no era forma de vivir. Así que hizo lo único que podía hacer: esperó. Dejó pasar el tiempo. Pero tras meses de esperar se dio cuenta que aquello no le iba a llevar a ningún sitio. Fue entonces cuando decidió pasar a la acción.
Estando allí plantado no había perdido el tiempo. Había estudiado el entorno y a sus habitantes. Conocía sus costumbres. Sabía todo lo que pasaba allí. Tenía todo lo que necesitaba para trazar un plan y lo hizo. Sólo necesitaba una cosa: que llegara la primavera. Entonces le saldrían las flores que con sus colores y su maravilloso olor atraerían insectos. Esa era la clave: flores. Nunca había tenido, pero seguro que le saldrían. Eso decían en los documentales de la tele. Miró el calendario. Estaban en Noviembre. Faltaban... varios meses. No se le daban bien las matemáticas, pero era paciente. Muy paciente. Tanto como podía serlo un pino. 

Miró por la ventana. Nevaba. Pensó entonces que quizá la maceta no fuese un lugar tan desagradable. Al fin y al cabo se estaba calentito y le daban agua y abono. 
Se acomodó lo que pudo.  Definitivamente, podía esperar allí dentro un poco más.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

17.11.11

Magia Nocturna



Cuando se habla de la hora mágica se piensa en la medianoche. Los relojes suenan doce veces y marcan la frontera entre el final de un día y el comienzo del siguiente. Pero eso no es verdad. Al menos, no del todo. Todas los instantes son mágicos y sólo depende de lo que quieras conseguir para elegir uno u otro.

Por ejemplo, pasados treinta y siete silencios de las tres de la madrugada de una fría noche de invierno es el momento adecuado para despertarte, mirar el reloj y volver a meterse debajo de las mantas, las sábanas y los nórdicos de la cama, mientras piensas que aún puedes dormir un ratito más. Ese es un momento de auténtica felicidad.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

16.11.11

La niña

La lluvia repiqueteaba en los tejados. El viento, agudo y frío, azotaba las ventanas con un aullido de interminable dolor tratando de colarse en la cálida habitación. Única habitación de una pequeña casa situada en lo más profundo un bosque ya de por sí húmedo y frío.

Una gota bajaba por el cristal con la intención de llegar lo antes posible al suelo y así acabar con un tramo de su ciclo vital. Mientras eso pasaba, una niña de cuatro años, castaña y con un pirri que salía como una palmera de la parte derecha de su cabeza, miraba ensimismada, con unos prociosos ojos marrones verdáceos, aquello que bajaba por la ventana y se preguntaba qué extrañas fuerzas hacían que tanta agua cayera del cielo y por qué una cosa tan pequeña podía caminar por un cristal. ¿Podría ella hacerlo? Ella era más grande. Puede que hubiera gente más grande que ella, pero ella ya tenía cuatro años. Y eso son muchos años. Sobre todo si los cumplías ese día.

Miró la gota. Vio cómo se retorcía por el cristal, en un interminable camino hacia... bueno, hacia donde vaya una gota. Algún destino tendrá. Y, aunque en ese momento no lo sepa, cuando llegue sabrá que habrá llegado y se detendrá. Pero la niña no pensaba en eso. Ella miraba los movimientos de la gota: abajo, abajo-derecha, abajo, pausa, abajo-izquierda, marco de la ventana y final de trayecto.

La pequeña se aceró a la pared que estaba a su lado. Se pegó tanto como pudo a ella. Juntó los pies, acercó las manos a su cuerpecito, se arrepretujó contra la pared y empezó a refregarse: derecha, pauda, izquierda, derecha, izquierda... pero no se movió. Esperaba poder trepar por la pared. Si una gotita podía hacerlo, ¿por qué ella no?

- Porque tú eres una niña y no una gota de agua. Las gotas siempre están subiendo, bajando y fluyendo. Y tú eres una niña que ya deberías estar en la cama.

  La voz, tierna, cascada y ligeramente aguda, provenía de la anciana sentada en una mecedora junto a la chimenea. Otrora bella y espléndida, sus ojos no habían pedido nunca aquella chispa cálida que te envolvía al mirarla.

- Sí, iaia - dijo cuando se acercaba a la mecedora -. Buenas noches.

  Besó a la anciana en una mejilla. Mientras se acercaba a su camita, oyó la misma voz susurrar un "buenas noches" y se durmió arrulada por el ñik-ñak de la mecedora y el crepitar de la leña.

  La voz volvió a susurrar, más pensando en voz alta que hablando a alguien:

- Descansa y duerme esta noche, pues mañana será un día duro.

 La anciana bruja siguió meciéndose hasta que la niña estuvo profundamente dormida. Apagó el fuego y ella también durmió. También para ella sería un día duro el de mañana. Siempre era duro empezar a adiestrar a una aprendiz. Pero lo era aún más si sabías que iba a ser la última.

Texto: Pepe Fuertes (@pepefuertes)
Ilustración: Teresa Cebrián (@cebrianstudio

Mascota

Antes del cuento de hoy os presento a una mascota que no pudo ser y antes de guardala en el cajón os la enseño. ¿qué os parece?