Lavarita

Había una vez una niña muy curiosa que se llamaba Eugenia. Eugenia vivía en un mundo donde todo era recto, grueso y puntiagudo. A pesar de ello, le gustaba mucho pasearse por los alrededores de su casa para ver si encontraba otro tipo de paisajes:
-¡Todo esto es muy serio y aburrido, tiene que haber otra clase de cosas más divertidas, suaves y redonditas!-

Un día encontró un objeto en el suelo que le llamó mucho la atención: en medio de la acera había una ramita verde con forma de interrogación. -¿Cómo has llegado hasta aquí?- preguntó Eugenia a la ramita, la cual no respondió. Así que Eugenia la cogió y se fue a jugar con ella. Tanto la movió y la ajitó que se deshojó, dejando a la vista una graciosa espiral.

Ya empezaba a hacerse de noche, por eso Eugenia volvió a casa antes de que su madre la riñera. Cenó, se lavó los dientes y pronto se fue a dormir con su ramita bajo el brazo. Empezó a contar ovejas (1, 2, 3, 4, ...) hasta que se durmió. Soñó con muchas cosas extrañas que no había visto más que en la televisión. Al día siguiente miró por la ventana y creyó que seguía soñando. Cada uno de los sitios por los que había estado jugando ayer había cambiado. Todos los remates rectos, serios y puntiagudos se habían transformado en alegres y divertidas espirales. Las puntas de las camisas, los bigotes estirados y los flequillos tiesos ahora tenían porma de caracol, de caracola y de todo tipo de remolinos indomables. ¡Incluso las letras de los carteles habían cambiado!

Eugenia miró la ramita que tenía a su lado y comprendió que no había caido de ningún árbol, sino del bolsillo de algún hada despistada. Por eso, hasta que apareciera su ama, decidió cuidar de ella y le puso de nombre: Lavarita